17 de marzo de 2010

Eulalio Ceballos Suárez y Miguel Hernández o la poesía aniquilada

Amor, vida y muerte

Crespúsculo en Fresno de la Vega. Fotografía perteneciente al álbum hermano de este blog "La ventana de una lágrima"

Al igual que la historia de dos hermanas, Vida y Muerte, y el melodioso barco que portaba acordeones sucedida en Mandouro, que cuenta el tipógrafo O´Bo en El Lápiz del Carpintero, esta reflexión tiene su origen un una intrascendente conversación en rededor de un café con dos amigos. Coincido con el gallego: hay tascas que son como universidades. Uno de ellos lamentaba que la película de Cuerda, Los Girasoles Ciegos, de título homónimo al excelso libro de Alberto Méndez, no profundizara más en la historia del joven poeta Eulalio Ceballos Suárez, que huyó de la represión junto a su encinta mujer, lo que le llevó a pasar un gélido y trágico invierno en las montañas leonesas que dejó reflejado en un emotivo y hondo diario:

“Pero nos equivocábamos. Nunca debimos emprender un viaje tan interminable estando ella de ocho meses. El niño no vivirá y yo me dejaré caer en los pastos que cubrirá la nieve para que de las cuencas de mis ojos nazcan flores que irriten a quienes prefirieron la muerte a la poesía. ¡Miguel, se cumplirá tu profecía! ¿Dónde estarás ahora, Miguel, que no puedes consolarme? Daría una eternidad por poder escuchar otra vez tus versos líquidos, tu palabra templada, tus consejos de amigo”.

Efectivamente, Miguel era Hernández. Y Eulalio un joven de 16 años que escapó de la zona facciosa y llegó al Madrid republicano. Allí compartió misiones culturales junto al poeta oriolano, que feneció en la cárcel (muerte), alejado de su querida Josefina (amor) y con la ausencia de su Manolillo (vida). Encerrado entre cuatro paredes escribió sus más bellos poemas, inventariados en su obra culmen, el Cancionero y romancero de ausencias: “Con el amor a cuestas, dormidos y despiertos, / seguiremos besándonos en el hijo profundo. / Besándonos tú y yo se besan nuestros muertos / se besan los primeros pobladores del mundo”.

Ambas historias son historias de una derrota: la de la humanidad. Fueron víctimas de la barbarie y la sinrazón que anegó de sangre los surcos de los campos españoles después del golpe de Estado del 18 de julio de 1936. Y lo fueron al grito bastardo de Millán Astray: ¡Muera la inteligencia traidora, viva la muerte!

Publicado en La Crónica de León el 17 de marzo de 2010, página 2

No hay comentarios: