3 de mayo de 2017

Stefan Zweig - Veinticuatro horas en la vida de una mujer

«Porque... ahora ya no me engaño: si aquel hombre me hubiera abrazado y me hubiese pedido que lo siguiera hasta el fin del mundo, no habría vacilado en deshonrar mi nombre...» 

*
"Algo me empujó hacia adelante. La ira me nublaba los ojos, una ira roja que me inspiraba locos deseos de coger por el cuello al perjuro que tan cínicamente se burlaba de mi confianza, de mis sentimientos y de mi abandono. Pero pude contenerme aún. Con deliberada calma -¡cuánto tuve que esforzarme!- me acerqué a la mesa, y un señor me ofreció cortésmente su sitio, frente por frente del joven. Dos metros de paño verde nos separaban; como sentada en una butaca, en un espectáculo, podía observar fijamente su rostro, aquel mismo rostro que yo, dos horas antes, había visto radiante de gratitud, iluminado por el nimbo de la gracia divina, y que ahora, de nuevo, veía consumirse convulsivamente en los fuegos infernales de la pasión… 

*

Y ahora quiero también que comprenda por qué, de pronto, me decidí a hablarle de mi propia vida. Cuando usted defendía a Madame Henriette y afirmaba con férrea convicción que veinticuatro horas eran suficientes para decidir la suerte de una mujer, yo me sentí de acuerdo con usted: me sentí agradecida a usted porque, por vez primera, me veía comprendida. Entonces pensé: una vez hayas confesado el secreto que pesa sobre tu alma, quizá logres librarte de esa opresión y de la obsesiva necesidad de mirar hacia el pasado; inmediatamente, mañana mismo, podrás volver a aquellos lugares, y entrar incluso en la misma sala donde se decidió tu destino, sin experimentar la menor sombra de odio ni hacia él ni hacia ti misma. Y, efectivamente, mi corazón se ha liberado de la losa que lo alumbraba, y ésta se ha hundido con todo su peso en el pasado, para no alzarse nunca más..."

Stefan Zweig, Veinticuatro horas en la vida de una mujer, Acantilado, 2000 (ed. original Vierundzwanzig Stunden aus dem Leben einer Frau, 1976)

Veinticuatro horas en la vida de una mujer, Acantilado.

1 de mayo de 2017

Colm Tóibín - El testamento de María

«Pero nadie comprendió que era el reino de la muerte al que estaba destinado, que toda su gracia y su belleza, toda su aura de singularidad, como un regalo de los dioses a sus padres y sus hermanas, que todo eso no era sino una broma siniestra...»

*
"Eso es soñado. Y hay momentos en los que dejo que el sueño se prolongue durante el día para que viva conmigo, en los que me siento en esa silla y me parece que lo abrazo, su cuerpo limpio de todo dolor y yo misma limpia del dolor que he sentido y que era parte del suyo, el dolor que compartimos. Es fácil imaginar todo esto. Lo inimaginable es lo que sucedió en realidad, y a lo que sucedió en realidad es a lo que he de enfrentarme durante estos meses antes de irme a la tumba; si no, todo lo que ocurrió se convertirá en una historia dulce que se volverá ponzoñosa como las bayas brillantes que cuelgan de la parte baja de los árboles. No sé por qué es importante que me diga a mí misma la verdad todas las noches, por qué habría de decirse la verdad al menos una vez en este mundo. Como el mundo es un lugar de silencio, el cielo por la noche cuando desaparecen los pájaros es un vasto espacio silencioso. Ninguna palabra afectará lo más mínimo al cielo nocturno. Ninguna palabra logrará iluminarlo o hacerlo menos extraño. Y también el día muestra una profunda indiferencia hacia cuanto se diga. 
     Si digo la verdad no es porque de ese modo la noche vaya a transformarse en día o vayan a volverse infinitos la belleza y el consuelo que nos ofrecen los días, a nosotros, que somos ancianos. Hablo por la sencilla razón de que puedo hacerlo, porque han ocurrido demasiadas cosas y porque tal vez no vuelva a presentarse la ocasión. Quizá no tarde en soñar otra vez que ese día esperé en la colina y lo tuve desnudo entre mis brazos; ese sueño, tan unido a mí ahora y tan real, no tardará en impregnar el aire y en retroceder en el tiempo, y de esa forma se convertirá en lo que sucedió, o lo que debió suceder, lo que sucedió, lo que sé que sucedió, lo que vi que sucedía. 

*
     Hay momentos, en estos días antes de que la muerte llegue susurrando mi nombre, atrayéndome hacia la oscuridad, sosegándome hasta el reposo, en que sé que quiero más de este mundo. No mucho, pero más. Es muy simple. Si es posible convertir el agua en vino y resucitar a los muertos, entonces quiero que el tiempo retroceda. Quiero vivir otra vez antes de la muerte de mi hijo, o antes de que se marchara de casa, cuando era un bebé y su padre vivía y había tranquilidad en el mundo. Quiero uno de aquellos resplandecientes días de sabbat, días sin viento en los que teníamos oraciones en los labios, en los que con las otras mujeres entonaba las palabras para suplicar a Dios que hubiera justicia para los débiles y los huérfanos, que se respetaran los derechos de los pobres y los desamparados, que se ayudara a los necesitados, que se los librara de los perversos. Cuando decía estas palabras a Dios, era importante saber que mi marido y mi hijo estaban cerca y que pronto, cuando regresara a casa sola y me sentara en la oscuridad con las manos juntas, oiría sus pasos y esperaría la sonrisa tímida de mi hijo mientras su padre le abría la puerta, y entonces nos sentaríamos en silencio aguardando a que el sol desapareciera para poder hablar otra vez y cenar juntos y prepararnos tranquilamente para la paz de la noche tras un día en el que nos habíamos renovado, en el que el amor que nos profesábamos los tres y que sentíamos por Dios y por el resto del mundo se había intensificado y extendido. 
     Todo eso ha terminado...." 

Colm Tóibín, El testamento de María, Lumen, 2014 (ed. orig. The testament of Mary, 2012)
El testamento de María, publicado en España por Lumen.