11 de enero de 2013

Paul Auster - Narrativa (de poesía completa)

Narrativa

Porque lo que sucede jamás sucederá,
y porque lo que ha sucedido
vuelve sin fin a suceder,

somos tal como fuimos, todo
ha cambiado en nosotros, si hablamos
del mundo es solo
para dejar desdicho

al mundo. Primer invierno: manzanas amarillas
aún por caer
de un árbol deshojado, las pisadas
de ciervos invisibles

en la primera nieve, y más tarde la nieve,
que no cesa. No nos arrepentimos
de nada. Como si pudiéramos permanecer
en esta luz. Como si pudiéramos permanencer en el silencio
de este único instante

de luz.
'Ciñera, 1946', fotografía de 'La ventana de una lágrima'

10 de enero de 2013

Emily Dickinson - No puedes apagar un Fuego

No puedes apagar un Fuego

No puedes apagar un Fuego - 
Una Cosa capaz de encenderse
Puede seguir, por sí sola, sin un Fuelle -
En la noche más lenta -

No puedes doblar una Riada -
Y meterla en un Cajón -
Porque los vientos la encontrarían -
Y se lo dirían a tu Suelo de Cedro -

Poema 583, Emily Dickinson, Poemas 1-600. Fue - culpa - del Paraíso
Mariposas como amapolas, foto de 'La ventana de una lágrima'

Manuel Rivas - Las voces bajas

El principio de los principios: negarse a la injusticia

Uno de los libros que leí en mi estancia en Santiago de Compostela, de todos es del que guardo mejor recuerdo sin duda, fue Los libros arden mal de Manuel Rivas. Antes ¿Qué me quieres amor?. Después, El lápiz del carpintero, Todo es silencio, Lo más extraño, La desaparición de la nieve... Cada sábado, EL PAÍS se empieza a leer por su columna en la contraportada. Si aún no te has adentrado en el universo de Rivas, quizá hayas de empezar leyendo su último ensayo, Las voces bajas, donde nos relata a pinceladas retazos de su vida infantil y juvenil y de los seres más queridos que le rodean: familiares, amigos, vecinos del barrio... Y después El lápiz y después Los libros y, finalmente, Todo es silencio. Quizá aprendas más sobre Galicia que en un libro de historia contemporánea. Para muestra, un botón del capítulo 'El maestro y el boxeador'.

"El maestro tenía una vara que utilizaba como indicador en el encerado o en los mapas. Pero a veces, cuando el hombre se entusiasmaba de cólera, el palo se convertía en un arma primitiva y terrible. Un día se encarnizó con uno de los almunos, un chaval, Rafa, algo más joven que yo. De repente, el muchacho se revolvió con dolor y rabia, soltó un grito estremecedor y salió huyendo de clase. El maestro blandió la vara de mando y ordenó: "¡A por él! Captúrenlo y tráiganmelo aquí!".

Salimos todos como una jauría detrás de Rafa. Él era como una liebre. Pero nosotros corríamos fieros y con mucha intención detrás de él. Comprendí ese día que uno de los mayores placeres del ser humano es la cacería del humano. Pero ocurrió un imprevisto. Cuando ya estábamos alejados de la escuela, fuera de la vista del maestro, del grupo perseguidor salió un disidente que nos hizo parar con un gesto enérgico. El que extendía los brazos era Juan, el más gigantón de la escuela. Se había roto una pierna al saltar un muro. Estuvo en el hospital y cuando regresó era así, el doble de grande que antes. Se comentó que habían probado con él por vez primera un complejo vitamínico contra la anemia. Todos queríamos que se nos rompiese una pierna y que nos diesen aquella pócima extraordinaria. Pero Juan no empleaba la fuerza para abusar. Ahora su puño iba moviéndose en panorámica a la altura de nuestros ojos. Y fue Juan y pronunció en voz alta una contundente enmienda a los hechos tal como se habían venido produciendo: "¡El que le toque al chaval, se lleva una hostia que queda espetado para siempre en la puerta del infierno!". Algo así. Una boca bíblica. Y un puño también bíblico. La sensación de encontrarse, en cuerpo y alma, ante el principio de los principios. El negarse a la injusticia. (...)"