26 de diciembre de 2016

Cormac McCarthy - La carretera

"Por la mañana llovía y un viento recio hacía traquetear los cristales de la parte trasera del edificio. Se quedó mirando afuera. En la bahía un almacén de depósito medio derrumbado y sumergido. Las timoneras de barcos de pesca hundidos sobresaliendo de las agitadas aguas grises. Ni el menor movimiento. Todo lo que podía moverse había sido arrastrado tiempo atrás por el viento. La pierna le latía y procedió a retirar el vendaje y desinfectó la herida y la examinó. La carne hinchada y descolorida en el entramado de pespuntes negros. La vendó de nuevo y se puso el pantalón tieso de sangre.

Pasaron allí todo el día, sentados entre las cajas de la tienda. Tienes que hablarme, dijo.
Estoy hablando.
¿Seguro?
Ahora te estoy hablando.
¿Quieres que te cuente un cuento?
No.
¿Por qué?
El chico le miró y apartó la vista.
Esos cuentos no son verdad.
No tienen por qué. Son cuentos.
Sí, pero en esas historias siempre estamos ayudando a gente y nosotros no ayudamos a la gente.
¿Por qué no me cuentas tú algo?
No tengo ganas.
Vale.
No tengo ninguna historia que contar.
Podrías contarme alguna historia tuya.
Ya las conoces todas. Tú estabas allí.

Pero tienes historias dentro que yo no conozco.
¿Quieres decir sueños, por ejemplo?
Por ejemplo. O cosas en las que piensas.
Ya, pero se supone que las historias han de ser alegres.
No tienen por qué serlo.
Tú siempre me cuentas historias alegres.
¿No tienes ninguna alegre que contarme?
Son más bien como la vida real.
Y las mías no lo son.
No, las tuyas no.
El hombre le observó. ¿La vida real es muy mala?
¿Tú qué piensas?
Bueno, yo pienso que todavía estamos vivos. Nos han ocurrido muchas cosas malas pero todavía estamos aquí.
Sí.
No te parece que eso sea tan estupendo.
Puede..."


Cormac McCarthy, La carretera, Random House Mondadori (original 2006, ed. 2012)

Fotograma de la película homónima dirigida por John Hillcoat

7 de noviembre de 2016

Telegramas de ninguna parte (1) / La canción del verano

Sonaba la canción del verano una vez más: ¿Cómo te atreves a volver, a darle vida a lo que estaba muerto?

La cuestión, quizá, no fuera exactamente esa. Quizá fuera cómo atreverse a volver. O para qué. Y, sobre todo, por qué.


24 de agosto de 2016

Rafael Chirbes - Los viejos amigos

"Dios es el mal y su condena genética una forma de santidad: el castigo del pecado original, ganarás el pan con el sudor de tu frente, la única pausa, el único respiro que se toma el mal. ¿Te imaginas, Amalia, un día sin libros, sin música, sin que suene el compact ni te espere un tomito en la mesilla cuando te metes en la cama? Sería, sin duda, un día duro, un día como una campana de cristal, vacío, silencioso, un día perdido, pero qué duda cabe que, al fin y al cabo, soportable. Y, en cambio, ¿te imaginas un día sin que funcione la cisterna del váter, ni el grifo del lavabo, ni el de la cocina, ni la ducha? Día terrible. Sólo unas pocas horas más tarde te das cuenta de que la suciedad crece, y la casa se llena de olores repugnantes, de sustancias orgánicas que se niegan a abandonarte, se disuelven en el aire y lo enturbian, se adhieren a las paredes. En pocas horas, sientes que vuelves a la más oscura edad media, a la prehistoria. Digamos que el fontanero te aleja más de la prehistoria que Beethoven. Te invito a ti a pensar sobre eso. Me invito yo mismo a escribir sobre eso. Las chicas de la oficina de mi hermano me preguntan por mi biblioteca («tienes que tener una biblioteca enorme»), me preguntan, no sé si porque quieren que las invite a verla, a ver el sofá a la sombra de la pared de libros, la cama bajo el estante lleno de libros; y es verdad que tengo bastantes ejemplares, la mayoría de ellos metidos en cajas, almacenados en el garaje, porque el bungalow es pequeño y apenas cabe el mobiliario indispensable, pero qué más da mi biblioteca, vale el libro que tengo en las manos mientras lo leo, vale el libro que estoy escribiendo y sólo cuando lo estoy escribiendo. Desde la ventana, veo las excavadoras con sus dientes levantando las arenas del Mediterráneo, los naranjos, los cultivos de huerta, las cebollas, los ajos, las lechugas, las alcachofas, los solares, los edificios a medio construir, las grúas, transformando cientos de kilómetros de verdor en paisajes de hormigón. Miro la televisión y veo gente que se arrodilla ante un icono y pide que la cure, que le devuelva su casa destrozada, la que se lleva el fuego, el agua, el seísmo, gente que organiza desfiles y cabalgatas, que planta fallas, salta hogueras o se moja los pies en el agua del mar la noche de San Juan y pide que la luna le conceda un deseo; un millón de personas baila sambas en el sambódromo este deslumbrante martes de carnaval; otro millón dobla sus rodillas y canta la salve en la plaza de Guadalajara porque el Papa ha ido a visitarlos y les promete consuelo. Gente que acude a iglesias y reza; gente que lee el periódico buscando los signos de que se acerca el apocalipsis, que viste la camiseta del Che; que se envuelve en túnicas de color azafrán; que pinta cuadros, que lee poemas, que escribe novelas, que bebe, esnifa o se mete entre las piernas de una puta; gente que le que guarda sus normas, su bar, su grupo de amigos, su cuadrilla de trabajo, y ahí se mantiene su esperanza y ésa es su dignidad, una vez más, la dignidad en relación con el divino castigo bíblico del trabajo..."

Rafael Chirbes, Los viejos amigos (Anagrama, Barcelona, 2003)

23 de agosto de 2016

Julio Llamazares - Las lágrimas de San Lorenzo

"Noche de ronda, qué triste pasa, proseguía la canción que yo oía de pequeño en la radio de la casa de mis padres (aquella radio que estaba siempre encendida; era la televisión de entonces), pero la única ronda que existe ahora es la de mis propios sueños, pienso evocando los que perdí en las diversas ciudades en que he vivido hasta ahora, en los hoteles y apartamentos en los que recalé al pasar, en las universidades a las que dediqué mi tiempo sin esperar otra cosa a cambio que un sueldo al mes. Sólo la luna sabe con cuánto esfuerzo he caminado hasta este momento, cuánta energía he necesitado para poder seguir haciéndolo algunas veces, cuánta pasión he puesto en esta novela que es la vida de los hombres, en este caso de la mía. Como la luna, he luchado contra todo: la soledad, el paso del tiempo, los desengaños, el desamor..., y como ella, aquí permanezco reemprendiendo cada día el camino de mi vida, ese camino que empiezo cada mañana como si lo estrenara siempre y que termino de madrugada cuando la melancolía me duerme como al agua de la acequia de mi abuelo o a los olivos y buganvillas de Ibiza cuando yo era joven. Aunque, a veces, como esta noche, me sumerja en el recuerdo de otras lunas y me mantenga despierto durante horas escuchando el temblor del mundo en la oscuridad..."

Julio Llamazares, Las lágrimas de San Lorenzo (Alfaguara, Madrid 2013)

Reflexiones salvajes (II) / Hacia el interior -de la literatura- con Blanca Villamuza

Presentación libro de Blanca Villamuza, Hacia el interior, Didot, 2016, en Matallana de Valmadrigal, 19 de agosto de 2016.
Semana Cultural Matallana Bombea Cultural.

Hacia el interior de la literatura

“Los libros que de verdad me gustan son esos que cuando acabas de leerlos piensas que ojalá el autor fuera muy amigo tuyo para poder llamarle por teléfono cuando quieras”, nos confiesa Holden Cauldfield protagonista de la novela que a tantos adolescentes dejó su huella El guardián entre el centeno.

Hacia el interior de Blanca Villamuza me gusta, entre otras cosas, porque es una escritora debutante que puedes llamarla por teléfono en cualquier momento y porque ha construido la historia de Alba, la protagonista de su libro, que os invitamos a conocer en esta presentación.

Blanca aporta una gota de agua más a ese océano de huidas que pueblan la literatura universal, empezando por la del propio Caulfield que en su alejamiento permanente de este mundo adulto recala una y otra vez en Central Park, intentando resolver el misterio de adónde van los patos cuando el lago se hiela.

Es amplio ese océano, cada uno dejando una lección, un consejo, una sabiduría. La literatura es vida. Y Blanca construye vida. Huyeron por EEUU Humbert Humbert y
Lolita, como nos provocó Nabokov; huyeron los Joad con la tragedia del ser humano a cuestas hacia el oeste, en busca de una prosperidad tan prometida como fallida, en Las uvas de la ira de Steinbeck; sin rumbo, desde que Jack Kerouac publicó En el camino, podemos disfrutar del trayecto como lo hicieron él, Sal Paradise, y sus colegas Neal Cassady y Allen Ginsberg, Dean Moriarty y Carlo Marx en la ficción. A su manera, Harper Lee nos contó aquella preciosa historia Matar a un ruiseñor en la que Finch huyó de su zona de confort y levantó una bandera internacional contra el odio, la intolerancia y hoy es una obra imprescindible contra el racismo y la xenofobia, siendo también una lección de vida: todos somos iguales porque es el azar natural lo que nos lleva a tener nacionalidades o colores de piel distintos.

Hasta Lorca huyó aterrado de Nueva York (debajo de las multiplicaciones, una gota de sangre de pato, dejó escrito). Conviene recordar que ayer hace 80 años el fascismo lo asesinó. Y lo asesinó porque Federico creía en la belleza de la libertad. Él era la belleza y la libertad personificadas. Conviene aquí acordarnos de él global y singularmente: global, porque ese crimen privó al universo del mayor talento con que contaba nuestro país, con una producción literaria admirable y admirada tanto como poeta como dramaturgo y por esa herida sigue aún la tierra sangrando; y singular, porque si en algo creyó y a algo dedicó sus esfuerzos Lorca fue a la necesidad de acercar la cultura al pueblo y a ello contribuyó con su Barraca itinerante en las misiones pedagógicas durante la Segunda República. Esta semana estáis celebrando vuestra semana cultural y ese es el mejor homenaje que podéis hacer al granadino más universal, al español más hermoso.

Pero volvamos a las huidas, en concreto a la de Alba, la protagonista de esta novela que mucho en común tiene con su autora: por encima de todo esa manera optimista de estar en el mundo. Alba no huye hacia afuera, decide hacerlo introspectivamente cuando cree que su vida necesita un giro. Decía Francis Scott Fitzgerald en El gran Gatsby que “de esta manera seguimos avanzando con laboriosidad, barcos contra la corriente, en regresión sin pausa hacia el pasado.” Alba decide abrigarse en su pasado, un pasado que no conoce por completo pero que intuye, labra su nueva vida buscando en las raíces, desafía al protagonista de la novela de Juan Rulfo Pedro Páramo y decide volver a su Comala particular.

Hacia el interior es un libro que se puede leer como una simple historia, la de Alba, o se puede leer como un canto al medio en el que estamos, el rural, a la ventajas de vivir en comunidades pequeñas, a la cooperación entre vecinos, a la renuncia de una vida material y opulenta. El teleclub como símbolo de ese castillo que Alba soñó en el aire pero que se convierte en el pilar y centro de gravitación de su nueva vida, de su huida.

Decía Juan Tallón que “probablemente, un pueblo que pierde la capacidad para convocar una reunión alrededor de la barra es un pueblo muerto. Da igual que aún tenga habitantes. Como pueblo, es un cadáver. Ahora bien, si hay orquesta, si hay barullo, si hay música, si hay protestas y un grupo opositor lamentando los gastos, entonces el pueblo tiene vida para un siglo”.

Arvid decide dar vida a Silio, lugar donde transcurre la novela, que gira precisamente entorno a uno de esos templos sagrados que hay en el medio rural: el teleclub. Y Blanca hace de Silio un lugar imaginario donde a cualquiera de nosotros no nos disgustaría escoger como destino si alguna vez tenemos la tentación de huir sin saber a dónde.

Blanca es una vecina de Valencia de Don Juan si alguien decidiera escribir una novela ambientada allí, y fuera un personaje secundario, podría ser, mismamente, como Paloma, solo que además de a Maya la protagonista cuidaría también a las otras pequeñas Villamuza: Elisa y Vera. Pero Blanca siempre estaría ahí, como Alba, para echar una mano, para involucrarse desinteresadamente en cualquier actividad o “movida” que crea beneficiosa para sus vecinos, con la misma sonrisa y el mismo entusiasmo en cualquier estación del año.

Pues bien, voy concluyendo esta presentación, porque a quien hemos venido a escuchar es a ella, diciendo que Blanca pretende resolver el dilema de Caulfield, el protagonista de
El guardián entre el centeno, cuando se lamenta profundamente de la vida diciendo que menuda partida esta “si te toca del lado de los que cortan el bacalao desde luego que es una partida, lo reconozco, pero si te toca del otro lado no veo dónde está la partida”. Blanca nos muestra con la novela que tenemos que jugar nuestras cartas y si se da mal una mano, aplíquese la receta de Cervantes, “paciencia y barajar, ya vendrán cartas mejores” y nos enseña que en la partida de la vida hay que marca las nuestras porque el destino no es sino el fruto de nuestras decisiones y podemos construirlo para, usando sus propias palabras, “encontrar una recompensa tras otra”.

Hacia el interior, también nos cuenta la historia de amor o no de Alba y Arvid. Si el amor le dicen a Alba que es una montaña rusa, ¿llegará a ese instante, como canta La Maravillosa Orquesta del Alcohol, en que llega justo arriba y no antes, ni después? La respuesta, la encontrarán en este libro que les animo a leer."


Matallana de Valmadrigal, 19 de agosto de 2016

10 de agosto de 2016

Frédéric Beigbeder - Oona y Salinger

"Jerry no sabe apuntar, su fusil se desvía sin cesar y falta sistemáticamente su objetivo a dos metros. Oona poda los rosales blancos del parque con unas tijeras rojas. Jerry cava un foso en el barro bajo la lluvia helada. Oona pierde un partido de tenis por 6-1 en falda blanca en la pista del jardín. Jerry se echa de lado sobre una roca para poder dormir una hora escasa sobre un soporte no húmedo. Oona vuelve a notar pataditas en su barriga redondeada. A Jerry le cuesta cargar el fusil con los dedos congelados. Oona encarga fresas y frambuesas, y también helado de vainilla, en la tienda de comida para llevar. Jerry comprueba la presencia del tubo de morfina con la aguja hipodérmica en el bolsillo de su guerrera. Oona juega al bádminton en la playa. Jerry oye cómo explota bomba tras bomba y piensa una y otra y vez que la siguiente le toca a él. Oona escucha en la radio californiana que la guerra terminará pronto. Jerry escribe El guardián entre el centeno mientras escucha el Lucky Strike Program (Frank Sinatra, Glenn Miller). Charlie encarga riñones en Ciro’s. A veces Jerry envidia a los que mueren: es más agradable estar muerto que vivo. Oona y Charlie cenan en el Trocadero, el Parisien, el Allah’s Garden. Jerry comparte una botella de calvados con tres camaradas, dos de los cuales morirían en combate ese mismo día. Oona aspira el aroma de los eucaliptos. Jerry recibe un paquete postal de su madre con calcetines de lana tricotados por ella misma: «A partir de ese momento fui el único soldado, que yo supiera, con los pies secos.»

Oona y Salinger, Frédéric Beigbeder (Anagrama, 2016)

9 de agosto de 2016

J. D. Salinger - El guardián entre el centeno

"Pero no quiero que crean ustedes que Jane era un témpano o algo así sólo porque nunca nos besábamos y todo eso ni nos enrollábamos mucho. No lo era. Por ejemplo, siempre nos cogíamos de la mano. No parece gran cosa, lo sé, pero para cogerle la mano era estupenda. La mayoría de las chicas a las que les coges la mano dejan la mano muerta o creen que tienen que moverla todo el rato porque piensa que si no vas a aburrirte todo el rato o algo así. Con Jane era distinto. Íbamos al cine o algo así y enseguida nos cogíamos las manos y no nos soltábamos hasta que terminaba la película sin cambiar de posición ni darle una importancia tremenda. Con Jane ni siquiera tenías que preocuparte de si te sudaba la mano o no. Sólo te dabas cuenta de que eras feliz. Eras feliz de verdad. 

Otra cosa que acabo de recordar. Un día, en el cine, Jane hizo una cosa que me gustó muchísimo. Estaban poniendo un noticiario o algo así y de pronto sentí una mano en la nuca y era Jane. Tiene gracia que lo hiciera. Quiero decir que era muy joven y eso y que la mayoría de las chicas que ponen la mano en la nuca de alguien tienen como veinticinco o treinta años, y generalmente lo hacen con su marido o con su hijo, yo lo hago de vez en cuando con mi hermana Phoebe, por ejemplo. Pero cuando lo hace una chica tan joven y todo eso como Jane, es tan bonito que casi te deja sin habla..."

El guardián entre el centeno, J. D. Salinger (Alianza, 2016)

George Orwell - Sin blanca en París y Londres

"He ahí la actitud de la gente inteligente y cultivada, tal como en esencia puede leerse en un sinfín de libros. Muy poca gente cultivada gana menos de (digamos) cuatrocientas libras al año y, como es natural, se pone de el lado de los ricos porque imagina que cualquier libertad que se conceda a los pobres es una amenaza a su propia libertad. Al pensar que la alternativa es alguna desolada utopía marxista, el hombre cultivado prefiere dejar las cosas como están. Es posible que su amigo el rico no le sea muy simpático, pero da por sentado que hasta el más vulgar de ellos se opone menos a sus placeres y es más parecido a él que a los pobres, por lo que le conviene ponerse de su parte. Este temor a una turba supuestamente peligrosa es la razón de que casi todas las personas inteligentes tengan ideas conservadoras. 
     El miedo a la plebe es un temor supersticioso. Se basa en la idea de que hay alguna diferencia misteriosa y fundamenta entre ricos y pobres, como si se tratase de dos razas diferentes, igual que los negros y los blancos. Pero, en realidad, dicha diferencia no existe. La masa de los ricos y los pobres se diferencia solo en sus ingresos, y el millonario medio no es más que el friegaplatos medio con un traje elegante. Cámbialos de sitio y, ¡tachán!, ¿quién es el juez y quién el ladrón? Cualquiera que se haya relacionado en términos de igualdad con los pobres lo sabe de sobra. Pero lo malo es que las personas inteligentes y cultivadas, justo las que deberían tener ideas liberales, no se mezclan nunca con los pobres. ¿Qué sabe la mayor parte de la gente cultivada de la pobreza? En mi ejemplar de los poemas de Villon el editor ha creído conveniente explicar el verso “Ne pain en voyent qu’aux fenestres”, con una nota a pie de página; así de inconcebible es el hambre para el hombre educado. El miedo supersticio a la plebe nace de forma natural de esa ignorancia..."

Sin blanca en París y Londres, George Orwell (Debate, 2015, original de 1933)

Francis Scott Fitzgerald - El gran Gatsby

"Empezaba a gustarme Nueva York, su chispeante ambiente nocturno y la satisfacción que el constante burbujeo de hombres, mujeres y máquinas produce en una mirada inquieta. Me gustaba recorrer la Quinta Avenida y escoger a mujeres románticas de entre la multitud e imaginar que en unos minutos pasaría a formar parte de sus vidas, sin que nadie se enterase o expresase su desaprobación. A veces, en mi imaginación, las seguía hasta sus apartamentos en esquinas de calles oscuras y ellas se volvían y me sonreían antes de desaparecer por la puerta, internándose en una cálida oscuridad. A la luz hechizadora del crepúsculo metropolitano sentía a veces una inquietante soledad, y la sentía en otros: en los empleados pobres que hacían tiempo ante los escaparates hasta la hora de la cena en un solitario restaurante, jóvenes empleados que malgastaban en la oscuridad los momentos más intensos de la noche y de la vida..."

El gran Gatsby, Francis Scott Fitzgerald (Paréntesis editorial, 2011)
Fotograma de la película El gran Gatsby dirigida por Baz Luhrmann (2013)

William Faulkner - Las palmeras salvajes

"Era el exacto mediodía: el aire estaba muerto, las sombras manchadas yacían inmóviles en sus rodillas, sobre los seis billetes en su mano, los dos de veinte, el de cinco, los tres de uno, oyéndolos, viéndolos: 
     —Toma el cheque otra vez, no es mío. 
     —Ni mío. Déjame hacer lo que quiero, Francis. Hace un año me dejaste elegir y elegí. Me quedo con eso. No quiero que te retractes, que rompas tu promesa. Pero quiero pedirte una cosa. 
     —A mí, ¿un favor? 
     —Si quieres. No espero una promesa. Quizá lo que trato de expresar no es más que un deseo. ¡No una esperanza!, un deseo. Si algo me sucede… 
     —Si algo te sucede. ¿Qué quieres que haga? 
     —Nada. 
     —¿Nada? 
     —Sí. Contra él. No lo pido por él ni siquiera por mí. Lo pido por… por… ni siquiera sé lo que quiero decir. Lo pido por todos los hombres y todas las mujeres que vivieron y erraron pero con los mejores propósitos y por todos los que vivirán y errarán pero con los mejores propósitos. Acaso por ti, ya que tú sufres también, si hay algo que realmente es sufrir, si alguno de nosotros ha sufrido, si alguno de nosotros ha sufrido con bastante fuerza y con bastante bondad para ser digno de amar o de sufrir. ¿Quizá lo que quiero decir es justicia? 
     —¿Justicia? 
     Ahora escuchaba la risa de Rittenmeyer, que no se había reído nunca porque la risa es la barba escasa de ayer, el negligé de las emociones. 
     —¿Justicia? ¿Eso a mí? ¿Justicia? 
     Ahora ella se levanta; él también, se enfrentan. 
     —No he pedido una promesa —dice ella—, hubiera sido demasiado pedir.
     — A mí. 
     —A cualquiera. A cualquier hombre o a cualquier mujer. No sólo a ti. 
     —Pero soy yo el que no te promete nada. Recuerda, recuerda. Yo dije que podías volver cuando quisieras y que yo te recibiría en mi casa a lo menos. ¿Pero puedes esperar eso otra vez, de algún hombre? Dime, has hablado de justicia; dime eso. 
     —No lo espero. Ya te dije que lo que trataba de decir era esperanza..."

Las palmeras salvajes, William Faulkner (traducción de Jorge Luis Borges, Siruela, 2010)

Ernest Hemingway - El viejo del puente

"Ahora no había tantos carros y se veían muy pocas personas a pie, pero el viejo no se había movido.      -¿De dónde viene? -le pregunté.
      -De San Carlos.
      Era su pueblo natal, y tanto placer le daba mencionarlo que no pudo evitar una sonrisa.
      -Cuidaba los animales -explicó.
      -Ah -dije, sin entender del todo.
      -Sí -dijo-, me quedé a cuidar los animales. Fui el último en salir del pueblo de San Carlos.      No parecía vaquero ni pastor y le miré la ropa negra polvorienta y el rostro gris polvoriento y las gafas de montura metálica.      -¿Qué animales?
      -Varios -dijo con un gesto de contrariedad-. Tuve que abandonarlos.
      Yo miraba el pontón y el paisaje del Delta del Ebro, con su aspecto africano, y me preguntaba cuánto faltaría para que viéramos al enemigo, y escuchaba, buscando los primeros ruidos que anunciaran ese acontecimiento siempre misterioso llamado contacto, y el viejo no se iba.
      -¿Qué animales eran? -pregunté.
      -Tres en total -explicó-. Dos cabras y un gato. También cuatro parejas de palomas.
      -¿Y tuvo que abandonarlos? -pregunté.
      -Sí. Por la artillería. El capitán me ordenó que me marchara porque llegaba la artillería.
      -¿Y no tiene familia? -pregunté, observando el otro extremo del pontón, hacia donde bajaban de prisa, por la orilla del río, los últimos carros.      -No, solo los animales que mencioné. El gato, por supuesto, no tendrá problemas. Los gatos saben cuidarse, pero no quiero ni pensar qué pasará con los demás.
      -¿Qué ideas políticas tiene? -pregunté.      -No tengo ideas políticas. Tengo setenta y seis años. He caminado doce kilómetros y no creo que pueda caminar más.
      -Este no es un buen sitio para quedarse -dije-. Si consigue llegar a la bifurcación que lleva a Tortosa, allí hay camiones.
      -Esperaré un poco -dijo-. ¿A dónde van los camiones?
      -A Barcelona.      -No conozco a nadie en esa dirección -dijo-, pero gracias. Muchas gracias.
      Me miró con ojos cansados e inexpresivos.      -Estoy seguro de que el gato se las arreglará -dijo, por compartir con alguien su preocupación-. Estoy seguro de que por él no hay que alarmarse. Pero los demás... ¿Qué cree que les pasará?..."

El viejo del puente, Ernest Hemingway; Ilustraciones Pere Ginard (Libros del Zorro Rojo, 2016)

Ilustración de Pere Ginard para el libro editado por Libros del Zorro Rojo

26 de junio de 2016

Luis García Montero - La tristeza del mar cabe en un vaso de agua

No hay pues mujer más sola, 
más tristemente sola,
que la que quiere amar a un hombre triste. 

Piedad Bonnett


y hermosas muchachas solas que dan miedo 
-pues uno no sabe bailar, y es triste-
Rubén Bonifaz Nuño

"Los hombres tristes,
que tienen en sus ojos un café de provincias,
que no saben mentir como quien dice,
que se esconden detrás de los periódicos,
que se quedan sentados en su silla
cuando la fiesta baila,
que gastan por zapatos una tarde de lluvia,
que saludan con miedo,
que de pronto una noche se deshacen,
que cantan perseguidos por la risa,
que abrazan, que importunan hasta quedarse solos,
que retornan después a su tristeza
igual que a su pañuelo y a su vaso de agua,
que ven como se alejan las novias y los barcos,
esos hombres manchados por las últimas horas
de la ocasión perdida,
se parecen a mí."


'La tristeza del mar cabe en un vaso de agua', Vista cansada, Luis García Montero, Poesía completa (Tusquets, 2015)

25 de junio de 2016

Benjamín Prado - Esta noche contigo

"Que se paren los coches,
que se detengan todas las factorías,
que la ciudad se llene de largas noches
y calles frías.

Que se enciendan las velas,
que cierren los teatros y los hoteles,
que se queden dormidos los centinelas
en los cuarteles.

Que se mojen las balas,
que se borren las fotos de las revistas,
que se coman a besos las colegialas
a los artistas.

Que se toque la gente,
que no lleguen los trenes a la frontera,
que sean cariñosas con los clientes
las camareras.

Porque voy a salir esta noche contigo.
Se quedarán sin beatas las catedrales
y seremos dos gatos al abrigo
de los portales.

Que se enfaden las flores,
que vuelvan las cigüeñas al calendario,
que sufran por amores los dictadores
y los notarios.

Que se muera el olvido,
que se escondan las llaves de los juzgados,
que se acuerde Cupido de los maridos
abandonados.

Cuando llegue por fin mi mensaje
a tus manos, en la gasolinera
vieja esperaré;
y tomaremos juntos al abordaje
la carretera
que te conté.

Dejaremos colgada
la caprichosa luna sobre los cines
y las estatuas públicas derribadas
en los jardines.

Porque voy a salir esta noche contigo
se quedarán sin medallas los generales
y seremos los gatos más canallas de los portales."


'Esta noche contigo', Ecuador (Benajín Prado, Hiperión, 2009, tercera edición)

14 de junio de 2016

Juan Tallón - Mientras haya bares

"Cuando todo te parece una mierda, y a lo mejor lo es, o no hallas refugio contra tus fantasmas, o cuando en casa hay demasiado ruido, incluso demasiado silencio, pero necesitas seguir escribiendo, siempre te queda el bar. De hecho, mientras haya infierno y bares cerca, hay esperanza. Nada está bastante perdido si todavía puedes dar un portazo, irte de casa y bajar al café. (...)

En aquellos años felices, entre guerras, todo lo bueno ocurría en la cama y los bares, como en la actualidad, probablemente. (...)

Sartre también necesitaba el ruido de las cafeterías para escribir y pensar. El bullicio y el caos eran buenos para su existencialismo. De hecho, los bares de París favorecían casi cualquier texto, si no tenemos en cuenta a Marguerite Duras, que prefería llevarse el bar al escritorio de casa. Julio Cortázar se aproximó también a Rayuela desde las cafeterías de la ciudad. Para llegar al resultado final, necesitaba el silencio y la tranquilidad del domicilio. Pero antes, cuando no sabía a dónde se dirigía el proyecto, trabajaba en cafés. “Escribí largos pasajes de Rayuela —confesaría— sin tener la menor idea de dónde se iban a ubicar y a qué respondían en el fondo. […] Yo tenía en los cajones, encima de las mesas y demás, en París, montones de papelitos y libretitas donde, sobre todo en los cafés, había ido anotando cosas, impresiones”. Cuando eres escritor, y te dejas caer por el bar, todo puede suceder..." 

Mientras haya bares, colaboración publicada en Jot Down y que da título al libro (Círculo de Tiza, 2016)
El escritor Roberto Bolaño


"Entre personas, se tiene la idea de que mientras el cuerpo respira, está vivo. Podemos darla por buena. Una sociedad, en cambio, necesita algo más que aire y algo de beber. En cierto modo, sabemos que un pueblo está vivo en función del PIB, de las librerías por habitante, de la cobertura social o, por qué no decirlo, de las barras de los bares. Probablemente, un pueblo que pierde la capacidad para convocar una reunión alrededor de la barra es un pueblo muerto. Da igual que aún tenga habitantes. Como pueblo, es un cadáver. Ahora bien, si hay orquesta, si hay barullo, si hay música, si hay protestas y un grupo opositor lamentando los gastos, entonces el pueblo tiene vida para un siglo. Los detractores acérrimos son tan necesarios como los partidarios. Nunca hay que despreciar a los que sostienen que no estamos para verbenas. Una sociedad necesita gente que eche agua en el vino, para rebajar la euforia. (...) 

"En el siglo en el que la variedad de entretenimiento es la razón última por la que no estamos todos suicidándonos, el mayor pecado es caer en la espiral del tedio. No importa que las cosas vayan mal, que la situación sea crítica. Ningún problema es irreversible si hay sesión vermú. Tomemos el ejemplo del Titanic. Sí, golpeó contra un iceberg, el choque le metió un boquete carajudo al casco, pero hubo fiesta. Hombre claro. La orquesta no dejó de tocar porque la embarcación se empinara y finalmente se hundiera. No hubo singladura más feliz, por mucho que acabara en tragedia. La lección es clara. Hay que aprender de la historia y, a toda costa, ponerse de fiesta. Los indicadores se hunden, como el Titanic, el paro escala, la democracia expira, la banca se forra, nosotros estamos contra las cuerdas, pero por suerte alguien pinchará rock and roll para amenizar el desastre."

'Sesión vermú', del libro Mientras haya bares (Círculo de Tiza, 2016)  

5 de junio de 2016

Reflexiones salvajes (I) / Qué es la mediopatía

Reflexiones salvajes (I) / El mediópata puede ser un impostor 

"Elige tu futuro. Elige la vida. Pero, ¿por qué iba yo a querer hacer algo así? Yo elegí no elegir la vida. Yo elegí otra cosa. ¿Y las razones? No hay razones. ¿Quién necesita razones cuando tienes heroína?" Así es el final del comienzo de Trainspotting, la película basada en la novela homónima de Irvine Welhs. Cuando una persona está enganchada al caballo su única prioridad es consumir caballo. Como el cocainómano, que después de un tiro lo único que desea es otro. Y a ello subordina todos sus recursos. 

Un mediópata es aquella persona que tiene una obsesión por salir en los medios de comunicación, por acaparar fotos, por anhelar ser objeto de los más relajantes panegíricos, por evitar cualquier tipo de mácula que empañe su biografía superficialmente construida... Y a ello subordinan todos sus recursos. 

En ese caso, el mediópata sería al tiempo un impostor. Fijémonos en Enric Marco, aquel hombre gris que decidió edulcorar su existencia arrojando luces en su biografía donde más bien había sombras. Lo contó de manera genial Javier Cercas en su novela El impostor. Marco fingió haber estado en un campo de concentración nazi, que lógicamente seduce más como relato de supuesto superviviente que la idea de haber ido como voluntario a Alemania cuando Hitler estaba arrasando Europa, aunque los motivos fueran justificables, ya que no es fácil ser un vencido cuando el vencedor iza la revancha como principal bandera. En el caso de Enric, su impostura definitiva, quijotesca, no se podía justificar de ninguna manera, aunque el fin al que sirviera fuera justo: concienciar sobre el horror nazi para que nunca más se vuelva a repetir un infierno así en la piedra. 

Lamentablemente, abundan los mediópatas. Nos rodean. Los más, impostan la realidad con la propaganda. Pero tienen un problema evidente: la mediopatía crea adicción, como las drogas. Y, cuando uno es adicto a los medios (a una foto, a ser objeto de un panegírico relajante, a su inmaculada biografía novelada...) todos los recursos se subordinan a ello. Pero no siempre este tipo de historias acaban bien. Más bien, al contrario: rara vez. Y si no, fijémonos en los protagonistas de Trainspotting. O, sin ir tan lejos, en el final de Enric Marco.
jmá
Fotograma de la película Trainspotting.

4 de junio de 2016

Marguerite Duras - El amante

     "Le dice: preferiría que no me amara. Incluso si me ama, quisiera que actuara como acostumbra a hacerlo con las mujeres. La mira como horrorizado, le pregunta: ¿quiere? Dice que sí. El ha empezado a sufrir ahí, en la habitación, por primera vez, ya no miente sobre esto. Le dice que ya sabe que nunca le amará. Le deja hablar. Al principio ella dice que no sabe. Luego lo deja hablar. 
     Dice que está solo, atrozmente solo con este amor que siente por ella. Ella le dice que también está sola. No dice con qué. El dice: me ha seguido hasta aquí como si hubiera seguido a otro cualquiera. Ella responde que no puede saberlo, que nunca ha seguido a nadie a una habitación. Le dice que no quiere que le hable, que lo que quiere es que actúe como acostumbra a hacerlo con las mujeres que lleva a su piso. Le suplica que actúe de esta manera. 


     Le ha arrancado el vestido, lo tira, le ha arrancado el slip de algodón blanco y la lleva hasta la cama así desnuda. Y entonces se vuelve del otro lado de la cama y llora. Y lenta, paciente, ella lo atrae hacia sí y empieza a desnudarlo. Lo hace con los ojos cerrados, lentamente. Él intenta moverse para ayudarla. Ella pide que no se mueva. Déjame. Le dice que quiere hacerlo ella. Lo hace. Le desnuda. Cuando se lo pide, el hombre desplaza su cuerpo en la cama, pero apenas, levemente, como para no despertarla. 


     La piel es de una suntuosa dulzura. El cuerpo. El cuerpo es delgado, sin fuerza, sin músculos, podría haber estado enfermo, estar convaleciente, es imberbe, sin otra virilidad que la del sexo, está muy débil, diríase estar a merced de un insulto, dolido. Ella no lo mira a la cara. No lo mira. Lo toca. Toca la dulzura del sexo, de la piel, acaricia el color dorado, la novedad desconocida. Él gime, llora. Está inmerso en un amor abominable. 
     Y llorando, él lo hace. Primero hay dolor. Y después ese dolor se asimila a su vez, se transforma, lentamente arrancado, transportado hacia el goce, abrazado a ella. 
     El mar, informe, simplemente incomparable...."

El amante, Marguerite Duras (1985, Les Éditions de Minuit)

Fotograma de 'L'amant' de Jean-Jacques Annaud basado en la novela de Marguerite Duras

31 de mayo de 2016

John Steinbeck - Las uvas de la ira

"Cada uno será el director de su propio desfile de dolor y agravios, marcharemos con nuestra amargura. Y un día los ejércitos de amargura desfilarán todos en la misma dirección (...)

- Es un país libre.
- Bueno, intenté comprar la libertad. Por aquí decimos que un tipo tiene tanta libertad como su dinero le permite comprar. (...)


Gente huyendo del terror que queda atrás... le suceden cosas extrañas, algunas amargamente crueles y otras tan hermosas que la fe se vuelve a encender y para siempre. (...)


El sol llameaba con furia... En las almas de las personas las uvas de la ira se están llenando y se vuelven pesadas, cogiendo peso, listas para la vendimia. (...)

Y bajo las súplicas y el encogimiento, una furia desesperada empezó a arder. El hambre y el miedo fermentaron en furia.... Y la gente cómodamente en sus casas cerradas sintió lástima al principio y luego repugnancia y finalmente odio por los emigrantes. (...)

Un hombre que tiene un tiro de caballos nunca se le ocurriría dejarlos que se murieran de hambre cuando no están trabajando. Esos son caballos... nosotros hombres. (...)
 

El hombre vive a sacudidas... La mujer fluye, como un arroyo, con pequeños remolinos y pequeñas cascadas, pero el río sigue adelante. La gente sigue adelante... cambiando un poco, quizá, pero siempre adelante..."

Las uvas de la ira, John Steinbeck 
'Las uvas de la ira', película basada en la novela de Steinbeck de John Ford

29 de mayo de 2016

Tony Judt - El refugio de la memoria

"El estar siempre me pareció estresante: dondequiera que estuviera había algo que hacer, alguien a quien complacer, un deber que cumplir, un papel que no conseguía desempeñar: algo fallaba. El ir hacia algún sitio, por el contrario, era un alivio. Nunca era tan feliz como cuando iba a algún sitio por mi cuenta, y cuanto más tiempo tardaba, mejor. Caminar era placentero, disfrutaba montando en bicicleta, me divertía viajar en autobús. Pero el tren era puro paraíso..."

Tony Judt, El refugio de la memoria (Taurus, 2011)

28 de mayo de 2016

Roberto Bolaño - Los sinsabores del verdadero policía

"¿Y qué fue lo que aprendieron los alumnos de Amalfitano? Aprendieron a recitar en voz alta. Memorizaron los dos o tres poemas que más amaban para recordarlos y recitarlos en los momentos oportunos: funerales, bodas, soledades. Comprendieron que un libro era un laberinto y un desierto. Que lo más importante del mundo era leer y viajar, tal vez la misma cosa, sin detenerse nunca. Que al cabo de las lecturas los escritores salían del alma de las piedras, que era donde vivían después de muertos, y se instalaban en el alma de los lectores como en una prisión mullida, pero que después esa prisión se ensanchaba o explotaba. Que todo sistema de escritura es una traición. Que la poesía verdadera vive entre el abismo y la desdicha y que cerca de su casa pasa el camino real de los actos gratuitos, de la elegancia de los ojos y de la suerte de Marcabrú. Que la principal enseñanza de la literatura era la valentía, una valentía rara, como un pozo de piedra en medio de un paisaje lacustre, una valentía semejante a un torbellino y a un espejo. Que no era más cómodo leer que escribir. Que leyendo se aprendía a dudar y a recordar. Que la memoria era el amor..."

Roberto Bolaño, Los sinsabores del verdadero policía (Anagrama, 2011)
Ilustración de la primera edición de Anagrama

Gilbert Adair - Soñadores

     "Convencido al fin de que, por alguna razón que no conseguía aún entender, sus amigos no sabían nada de la agitación que había sacudido la Facultad de Nanterre primero, luego París en su conjunto y finalmente «las cuatro esquinas del hexágono francés», como les gusta decir a los locutores, empezó a contarles la leyenda de lo que ya empezaba a conocerse como los sucesos de mayo. 
      Y así se enteraron de cómo la expulsión de su Henri Langlois de la Cinémathèque había sido el Sarajevo de aquellos sucesos; de que, como poco, la expulsión había hecho cristalizar un espíritu de rebelión que ya estaba en el aire, y había servido para prender la antorcha que iría pasando de mano en mano como en los Juegos Olímpicos. 
     -No es sólo la universidad, ni tampoco París -dijo Charles, incapaz de contener su lirismo-. Toda Francia está en huelga. Los teléfonos no funcionan, los bancos han cerrado, no hay correo, casi no queda gasolina. Se trata realmente de una huelga general, estudiantes y obreros unidos, un frente común ante un enemigo común. ¡Una sociedad nueva está esperando a ver la luz, Théo, un mundo nuevo! Un mundo sin grands-bourgeois ni petits-bourgeois, sin grands-fascistes ni petits-fascistes. ¡Un mundo que ya no tiene ninguna necesidad de los viejos maestros del mundo antiguo! ¡Se acabaron Leonardo, Mozart y Shakespeare!
     Hizo una pausa. 
     -¡Se acabó Hitchcock!
     -¡Nunca! -exclamó Théo. 
     Otra pausa.
     -Ya lo verás, amigo mío -murmuró Charles amablemente-. Ya lo verás..."

The dreamers, Gilbert Adair (2003) (Soñadores, Alfaguara, 2004)

Fotograma del film The dreamers de Bernardo Bertolucci basado en la novela.

21 de mayo de 2016

Raquel Lanseros - Hit the road, Jack

Hit the road, Jack 

La autopista es el tiempo que tarda en convertirse
el principio en el término.
Entretanto en el día que me quieras.


No se pisan jamás las mismas huellas
—Heráclito dijo algo parecido—
sin embargo conducen al lugar donde estamos.


Nunca le tengas miedo al horizonte
no hay placer más sabroso que el trayecto.
Acepta el pan servido en cualquier parte
disfruta del asilo que te ofrezcan
pero ten preparadas las maletas.

  
Aprende por tu bien el arte de marcharte
siempre un segundo antes de que te hayan echado.


Poema de Raquel Lanseros, de su antología A las órdenes del viento (Ed. Valparaíso, Granada, 2ª edic. 2015 ampliada)

 Nael Cassady y Jack Kerouac

16 de mayo de 2016

Wendy Guerra - Domingo de Revolución

"El sonido de la olla es el sonido de la cubanidad. La banda sonora contra el hambre de todas las casas en este país. Un tono asmático, entrecortado y eterno que suena a realidad. 
     Hizo café con leche con poco azúcar y una pizca de sal, como se lo hacía a mi padre. También unos plátanos verdes fritos con ajo, bien machucados, a eso se le llama «mogolla», y es lo que se desayuna en algunas zonas de Oriente. Ella es de allá, y por lo que estoy viendo mi supuesto padre también. 
      Buscó todos los poemas impresos dispersos por la casa, incluidos aquellos que ella había sabido tachar intentando variar su contenido para burlar la censura. Los puso sobre la mesa una vez servida con mantel de hilo y cubiertos de plata, jarras de cerveza checa para tomar Cristal y cucharitas de postre sin postre. 
     Cuando Gerónimo llegó, sudado y muerto de hambre, nos sentamos a almorzar. Todo parecía cotidiano, como si él y yo viviéramos por décadas en esta casa, pero no, recién acaba de mudarse, en los hoteles cubanos no hay privacidad. ¿Y en esta casa la hay? La privacidad en está isla es como el invierno o la nieve, sólo una ilusión. 
     El americano no entendía muy bien el ritual de comer con Márgara, que ya me había desplazado de la cabecera para acomodar al actor. El machismo leninismo es incomprensible para este hombre que convive con el feminismo profundo de sus colegas. Nada de eso parecía importarle en estos momentos, pues su intento por acceder al archivo histórico mediante petición oficial fue rechazado por las autoridades. La respuesta fue un «no» rotundo sin ningún tipo de diplomacia o delicadeza. 
     -Puedes tener dos premios Oscar y la opinión pública, las revistas y los diarios internacionales a tus pies, pero aquí eso, «compañero Gerónimo», no nos interesa. Y no, chico, no entras al archivo histórico porque no nos da la gana y punto -dije engolando la voz, imitando la de un militar ronco, cortante y desagradable. 
     -¿Cómo se puede hacer un filme sobre ese personaje sin consultar estos archivos? Eso no sería serio. 
     En Cuba, cuando las cosas salen mal la gente decide emborracharse, dormir o hacer el amor...

JAULA DE JUGUETE
Trampas veo en el camino
Pero parecen flores brújulas o espejos
Me hizo hembra la colección de jaulas que heredé de mi madre
Caí tan bajo como el grave sonido de mi orquesta
Allá voy arrogante y cautiva
La embestida promete lo peor
Muchacha jaula de juguete
Mi corazón virgen coloreado no hereda afrenta ni dolor
Y es que no hay jaulas en el cuerpo de una niña..."

Domingo de Revolución, Wendy Guerra, (Anagrama, 2016)

Anónimo - La pasión de Mademoiselle S.

"Me dices que soy yo quien te ha convertido en el vicioso que eres, quien te arrastra poco a poco por la pendiente resbaladiza del vicio todopoderoso. Tal vez, pero ¿no has sido tú también quien ha puesto en mí ese deseo de gozar siempre más, quien me impulsa a buscar caricias extrañas, insospechadas? Mira, nuestro amor nació de un encuentro, del choque de nuestras miradas, de la llamada de nuestra carne. Nos rozamos durante días y días, y cada uno de nosotros sabía que había que perseverar, que la felicidad estaba ahí, en la fusión de nuestros dos seres. Nos entregamos, antes de conocernos, y el porvenir nos dio la razón. Desde que somos amantes, nunca hemos conocido sino dicha juntos, y nuestra posesión mutua nos brindan éxtasis infinitos. Sí, seamos siempre los dos, querido amor mío, solos tú y yo. Probemos, si quieres, esa experiencia que nos obsesiona, pero no creo que hallemos en ella más dicho que en el abrazo de nuestros cuerpos, siempre más ardientes al placer. 
     Adiós, amado mío, ¿encontraré el lunes por la mañana, cuando llegue a la oficina, una larga carta tuya? Te digo hasta pronto, pues espero que podamos amarnos dentro de unos pocos días. 
     Te adoro. Mi boca donde tú quieras. Dime dónde. 

                                                                    SIMONE..."

La pasión de Mademoiselle S., Anónimo (Seix Barral, 2016) 

8 de mayo de 2016

Manuel Jabois - Nos vemos en esta vida o en la otra

"Recordé la frase de mi amigo Xacobe Casas que abre el libro: no eran los pájaros los que volaban, sino el cielo, que caía. Recordé cómo la normalidad, cuando no es consciente de su distorsión, lleva al horror de forma natural. Hay mundos en los que el mal pierde su característica fundamental, según Hannah Arendt: constituir una tentación. Eso fue lo que me empezó a interesar de la historia de Gabriel, conocido en su entorno como Baby. Su normalidad era común hasta que se hizo demasiado grande para mantenerla. Sus tentaciones eran las contrarias a las del resto: dejar la calle, ponerse a estudiar, encontrar un trabajo, no robar, no consumir drogas, no pegar. 

Antes de los diez años le había quitado por la fuerza las huchas del Domund a unas niñas y la recaudación a un ciego de la ONCE. Antes de los doce fue detenido por tratar de robar un coche. Antes de los diecisiete participó en el mayor atentado terrorista de Europa, el del 11-M, que provocó la muerte de 191 personas en Atocha, y de un inspector de Policía semanas después, en el atentado suicida de Leganés. 
     La colaboración de Baby fue de forma involuntaria, como reconoció la sentencia; eso no evitó que meses despues amenazase a un vigilante del centro de menores diciéndole que le daban igual 192 que 193. Para entonces estaba ya encerrado. Fue el primer condenado de los atentados del 11-M. El único menor de edad. Y su testimonio en el juicio sentenció a su mejor amigo, Emilio Suárez Trashorras, a 34.175 años de cárcel..."

Manuel Jabois, Nos vemos en esta vida o en la otra. Una historia real de traición y violencia. Planeta, 2016.

7 de mayo de 2016

George Orwell - Homenaje a Cataluña

"Esta guerra, en la que desempeñé un papel tan ineficaz, me ha dejado recuerdos en su mayoría funestos, pero aun así no hubiera querido perdérmela. Cuando se ha podido atisbar un desastre como éste -y, cualquiera que sea el resultado, la guerra española habrá sido un espantoso desastre, aun sin considerar las matanzas y el sufrimiento físico-, el saldo no es necesariamente desilusión y cinismo. Por curioso que parezca; toda esta experiencia no ha socavado mi fe en la decencia de los seres humanos, sino que, por el contrario, la ha fortalecido. Y espero que mi relato no haya sido demasiado confuso. Creo que, con respecto a un acontecimiento como éste, nadie es o puede ser completamente veraz. Sólo se puede estar seguro de lo que se ha visto con los propios ojos y, consciente o inconscientemente, todos escribimos con parcialidad. Si no lo he dicho en alguna otra parte de este libro, lo diré ahora: cuidado con mi parcialidad, mis errores factuales y la deformación que inevitablemente produce el que yo sólo haya podido ver una parte de los hechos. Pero cuidado también con lo mismo al leer cualquier otro libro acerca de este período de la guerra española.
     Debido a la sensación de que teníamos que hacer algo, aunque en realidad nada podíamos hacer, dejamos Banyuls antes de lo pensado. A medida que se avanza hacia el norte, Francia se torna cada  vez más suave y más verde; se alejan las montañas y los viñedos y vuelven la pradera y los olmos. Cuando había pasado por París, de viaje a España, me había parecido una ciudad decaída y lúgubre, muy diferente de la que había conocido ocho años antes, cuando la vida era barata y no se oía hablar de Hitler. La mitad de los cafés que solía frecuentar permanecían cerrados por falta de clientela, y todo el mundo estaba obsesionado por el elevado costo de la vida y el temor a la guerra. Ahora, después de la pobre España, París parecía alegre y próspero. La Exposición estaba en su apogeo, pero nos las ingeniamos para no visitarla. 
     Y luego Inglaterra, el sur de Inglaterra, probablemente el  paisaje más acicalado del mundo. Cuando se pasa por allí, en especial mientras uno va recuperándose del mareo anterior, cómodamente sentado sobre los blandos almohadones del tren de enlace con el barco, resulta difícil creer que realmente ocurre algo en alguna parte. ¿Terremotos en Japón, hambrunas en China, revoluciones en México? No hay por qué preocuparse, la leche estará en el umbral de la puerta mañana temprano y el New Statesman saldrá el viernes. Las ciudades industriales, una mancha de humo y miseria oculta por la curva de la superficie terrestre, quedaban lejos..."

George Orwell, Homenaje a Cataluña


 

Roald Dahl - El librero

"Después del almuerzo subieron a su suite, en cuya inmensa cama retozaron torpemente durante unos minutos. A continuación se echar una siesta.
     Sentados en su salita privada, cubrían su desnudez solo con unas batas, la del señor Buggage de seda color ciruela, la de la señorita todo en rosa chicle y verde claro. El señor Buggage se había recostado en el sofá con un ejemplar del Times del día anterior en el regazo y un Who´s who sobre la mesa de centro. 
     La señorita Tottle se había sentado al escritorio, ante una máquina de escribir del hotel, con un cuaderno en la mano. Ambos bebían champán otra vez. 
     -Este es material de primera decía el señor Buggage-. Sir Edward Leishman. Consiguió que le dieran el obituario más destacado. Presidente de Aerodynamics Engineering. Uno de nuestros industriales más relevantes, dice. 
     -Suena bien -dijo la señorita Tottle-. Asegúrate de que la mujer sigue viva. 
     -Deja viuda y tres hijos -leyó el señor Buggage en voz alta-. Y... espera un momento... el Who´s who dice: «Aficiones: pasear y pesca. Clubes: White's y Reform...»"

Roald Dahl, El librero. Nórdica libros. Colección Ilustrados, 2006.

Ilustración de Federico Delicado, Nórdica libros

24 de abril de 2016

Roberto Bolaño - Los detectives salvajes (I)

     "Jacinto Requena, café Quito, calle Bucareli, México DF, septiembre de 1985. Dos años después de desaparecer en Managua, Ulises Lima volvió a México. A partir de entonces pocas personas lo vieron y quienes lo vieron casi siempre fue por casualidad. Para la mayoría, había muerto como persona y como poeta. 
     Yo lo vi en un par de ocasiones. La primera vez me lo encontré en Madero y la segunda vez fui a verlo a su casa. Vivía en una vecindad de la colonia Guerrero, adonde sólo iba a dormir, y se ganaba la vida vendiendo marihuana. No tenía mucho dinero y el poco que tenía se lo daba a una mujer que vivía con él, una chava que se llamaba Lola y que tenía un hijo. La tal Lola parecía una tipa de armas tomar, era del sur, de Chiapas, o tal vez guatemalteca, le gustaban los bailes, se vestía como punk y siempre estaba de mal humor. Pero su niño era simpático y al parecer Ulises se encariñó con él. 
     Un día le pregunté en dónde había estado. Me dijo que recorrió un río que une a México con Centroamérica. Que yo sepa, ese río no existe. Me dijo, sin embargo, que había recorrido ese río y que ahora podía decir que conocía todos sus meandros y afluentes. Un río de árboles o un río de arena o un río de árboles que a trechos se convertía en un río de arena. Un flujo constante de gente sin trabajo, de pobres y muertos de hambre, de droga y de dolor. Un río de nubes en el que había navegado durante doce meses y en cuyo curso encontró innumerables islas y poblaciones, aunque no todas las islas estaban pobladas, y en donde a veces creyó que se quedaría a vivir para siempre o se moriría. 
     De todas las islas visitadas, dos eran portentosas. La isla del pasado, dijo, en donde sólo existía el tiempo pasado y en la cual sus moradores se aburrían y eran razonablemente felices, pero en donde el peso de lo ilusorio era tal que la isla se iba hundiendo cada día un poco más en el río. Y la isla del futuro, en donde el único tiempo que existía era el futuro, y cuyos habitantes eran soñadores y agresivos, tan agresivos, dijo Ulises, que probablemente acabarían comiéndose los unos a los otros. 
     Después pasó mucho tiempo antes de que lo volviera a ver. Yo intentaba moverme en otros círculos, tenía otros intereses, tenía que buscar trabajo, tenía que darle algo de dinero a Xóchitl, también tenía otros amigos..."

Roberto Bolaño, Los detectives salvajes (Anagrama, 1998)

 

23 de abril de 2016

Javier Cercas - El impostor

"De un tiempo a esta parte la psicología insiste en que apenas podemos vivir sin mentir, en que el hombre es un animal que miente: la vida en sociedad suele exigir esa dosis de mentira que llamamos educación (y que sólo los hipócritas confunde con la hipocresía); Marco exageró y pervirtió monstruosamente esa necesidad humana. En este sentido se parece a don Quijote o a Emma Bovary, otros dos grandes mentirosos que, como Marco, no se conformaron con la grisura de su vida real y se inventaron y vivieron una heroica vida ficticia; en este sentido hay algo en el destino de Marco, como en el del Quijote o la Bovary, que profundamente nos atañe a todos: todos representamos un papel; todos somos quienes no somos; todos, de algún modo, somos Enric Marco..."

El impostor, Javier Cercas (Literatura Random House, 2014)

17 de abril de 2016

Rafel Chirbes - Paris-Austerlitz

"Habían presenciado las veces que lo agarraba por el codo y me lo llevaba poco menos que a rastras porque se caía y les decía impertinencias a clientes y camareros. Sin embargo, a él nunca lo miraban con desconfianza, le soportaba las borracheras, respondían a sus imprecaciones con bromas y frases de doble sentido, qué te pasa, Michel, ¿necesitas un puntazo esta noche? Ven, ven aquí, conozco a un bombero, ven, te lo presento, y Michel se reía y le daba una palmada en el cogote al gracioso, y dos besos, y el tipo se iba con él a cualquier parte. Otras veces el dueño, o los camareros, lo dejaban acodado a una mesa después del cierre, borracho o dormido, y los clientes lo despertaban, lo invitaban a irse con ellos a seguir tomando copas -o lo que fuera- en otro sitio, a perderse entre las sombras del Bois, o en casa de alguien. Creo que, en el mundo de la noche, existe un respeto -incluso cierta admiración- por el hombre maduro que trasnocha, liga y toma drogas y alcohol como si siguiera teniendo veinte años. Lo que viniendo de cualquier otro les hubiera irritado, los hubiera llevado intervenir con dureza o incluso con violencia, se lo toleraban a él..."

Paris-Austerlitz, Rafel Chirbes (Anagrama, 2016)

Frédéric Beigbeder - El amor dura tres años

"¿Por qué nunca hay nadie en los divorcios? El día de mi boda, estuve rodeado de todos mis amigos. Pero el día de mi divorcio estoy increíblemente solo. Ningún testigo, ninguna dama de honor, nada de familia, ni amigos borrachos para darme palmaditas en la espalda. Ni flores, ni coronas. Me habría gustado que me lanzaran algo, a falta de arroz, no sé, tomates podridos, por ejemplo. A la salida del Palacio de Justicia, este tipo de proyectil suele ser moneda corriente. ¿Dónde están todos aquellos conocidos que el día de mi boda se atiborraban de pastas y que hoy me boicotean, cuando debería ser precisamente al revés: uno siempre debería casarse solo y divorciarse con el apoyo de todos sus amigos?..."

El amor dura tres años, Frédéric Beigdeber (Anagrama)


9 de abril de 2016

Roberto Bolaño - La pista de hielo

"Sólo una vez en toda mi vida he llegado a las manos: hará unos cinco o seis años, en las puertas de la sede de UGT, tuve que enfrentarme a un grupo de exaltados. Junto a un policía municipal, hoy jubilado, contra ocho o nueve matones del comité de huelga. La verdad es que eran tantos que no recuerdo el número con exactitud. La pelea, por suerte, fue a mano abierta y breve, y su desarrollo y resolución más a empujones que con golpes. De todas maneras terminé sangrando por la nariz y con una ceja abierta, y Pilar dejó no sé qué cosa importante por venir a verme enseguida. Es extraño: yo, que en mi infancia nunca agredí ni fui agredido, tuve que venir a Z y trabajar como un burro y conocer el amor para que me llovieran los palos. A Nuria, quiero que esto quede claro, nada le dije; ni una recriminación, ni nada que ella pudiera entender como tal. Me tragué la rabia, los celos (por qué no decirlo) y el estupor que todo el asunto me producía. En sus gestos, en su modo de abordar el tema, vi claramente que lo de Morán era algo que ni ella entendía del todo, y que mi intromisión sólo contribuiría a empeorar. Ella mintió y yo fingí creerle. El dolor hizo que mi amor, sin decrecer en intensidad, experimentara variaciones, placeres mentales nuevos. Por cierto, no me faltaban cosas en que ocuparme; mi animadversión  por Remo Morán nunca ha consumido, bendito sea Dios, más del tres por ciento de mis pasiones. Por aquellas fechas volví a soñar con la pista de hielo...."

Roberto Bolaño, La pista de hielo 

8 de abril de 2016

Joseph Conrad - El corazón de las tinieblas

“No eran colonizadores; sospecho que su administración no consistía más que en exprimir a sus súbditos. Eran conquistadores, y para eso no se requiere más que fuerza bruta; algo, por cierto, de lo que no hay que enorgullecerse cuando se tiene, porque esa fuerza no es más que un accidente derivado de la debilidad de los otros. Se apoderaron de cuanto pudieron, arrastrados por la única ambición de poseer. No era más que robo con intimidación, un asesinato con agravantes y a gran escala, y los hombres se apresuraban a cometerlo ciegamente –lo que resulta muy propio para aquellos que se enfrentan a las tinieblas-. La conquista de la tierra, que en su mayor parte no consiste más que en arrebatársela a aquellos que tienen una piel distinta o la nariz ligeramente más achatada que nosotros, no es un asunto muy agradable cuando te detienes a considerarlo con cierta atención…”

Joseph Conrad, El corazón de las tinieblas


7 de abril de 2016

Milan Kundera - La insoportable levedad del ser

 Solo se equivoca quien toma decisiones.
 
"Miraba a través del patio la sucia pared y se daba cuenta de que no sabía si se trataba de histeria o de amor. 
Y le dio pena que, en una situación como aquélla, en la que un hombre de verdad sería capaz de tomar inmediatamente una decisión, él dudase, privando así de su significado al momento más hermoso que había vivido jamás (estaba arrodillado junto a su cama y pensaba que no podría sobrevivir a su muerte). 
Se enfadó consigo mismo, pero luego se le ocurrió que en realidad era bastante natural que no supiera qué quería: 
El hombre nunca puede saber qué debe querer, porque vive sólo una vida y no tiene modo de compararla con sus vidas precedentes ni de enmendarla en sus vidas posteriores. 
¿Es mejor estar con Teresa o quedarse solo? 
No existe posibilidad alguna de comprobar cuál de las decisiones es la mejor, porque no existe comparación alguna. El hombre lo vive todo a la primera y sin preparación. Como si un actor representase su obra sin ningún tipo de ensayo. 
Pero ¿qué valor puede tener la vida si el primer ensayo para vivir es ya la vida misma? Por eso la vida parece un boceto. Pero ni siquiera boceto es la palabra precisa, porque un boceto es siempre un borrador de algo, la preparación para un cuadro, mientras que el boceto que es nuestra vida es un boceto para nada, un borrador sin cuadro...."

Mila Kundera, La insoportable levedad del ser 
Fotograma de la película 'La insoportable levedad del ser', de Philip Kaufman