En aquellos años felices, entre guerras, todo lo bueno ocurría en la cama y los bares, como en la actualidad, probablemente. (...)
Sartre también necesitaba el ruido de las cafeterías para escribir y pensar. El bullicio y el caos eran buenos para su existencialismo. De hecho, los bares de París favorecían casi cualquier texto, si no tenemos en cuenta a Marguerite Duras, que prefería llevarse el bar al escritorio de casa. Julio Cortázar se aproximó también a Rayuela desde las cafeterías de la ciudad. Para llegar al resultado final, necesitaba el silencio y la tranquilidad del domicilio. Pero antes, cuando no sabía a dónde se dirigía el proyecto, trabajaba en cafés. “Escribí largos pasajes de Rayuela —confesaría— sin tener la menor idea de dónde se iban a ubicar y a qué respondían en el fondo. […] Yo tenía en los cajones, encima de las mesas y demás, en París, montones de papelitos y libretitas donde, sobre todo en los cafés, había ido anotando cosas, impresiones”. Cuando eres escritor, y te dejas caer por el bar, todo puede suceder..."
Mientras haya bares, colaboración publicada en Jot Down y que da título al libro (Círculo de Tiza, 2016)
El escritor Roberto Bolaño |
"Entre personas, se tiene la idea de que mientras el cuerpo respira, está vivo. Podemos darla por buena. Una sociedad, en cambio, necesita algo más que aire y algo de beber. En cierto modo, sabemos que un pueblo está vivo en función del PIB, de las librerías por habitante, de la cobertura social o, por qué no decirlo, de las barras de los bares. Probablemente, un pueblo que pierde la capacidad para convocar una reunión alrededor de la barra es un pueblo muerto. Da igual que aún tenga habitantes. Como pueblo, es un cadáver. Ahora bien, si hay orquesta, si hay barullo, si hay música, si hay protestas y un grupo opositor lamentando los gastos, entonces el pueblo tiene vida para un siglo. Los detractores acérrimos son tan necesarios como los partidarios. Nunca hay que despreciar a los que sostienen que no estamos para verbenas. Una sociedad necesita gente que eche agua en el vino, para rebajar la euforia. (...)
"En el siglo en el que la variedad de entretenimiento es la razón última por la que no estamos todos suicidándonos, el mayor pecado es caer en la espiral del tedio. No importa que las cosas vayan mal, que la situación sea crítica. Ningún problema es irreversible si hay sesión vermú. Tomemos el ejemplo del Titanic. Sí, golpeó contra un iceberg, el choque le metió un boquete carajudo al casco, pero hubo fiesta. Hombre claro. La orquesta no dejó de tocar porque la embarcación se empinara y finalmente se hundiera. No hubo singladura más feliz, por mucho que acabara en tragedia. La lección es clara. Hay que aprender de la historia y, a toda costa, ponerse de fiesta. Los indicadores se hunden, como el Titanic, el paro escala, la democracia expira, la banca se forra, nosotros estamos contra las cuerdas, pero por suerte alguien pinchará rock and roll para amenizar el desastre."
'Sesión vermú', del libro Mientras haya bares (Círculo de Tiza, 2016)
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