26 de junio de 2009

Javier Cercas: "Anatomía de un instante"

Anatomía del 23 de febrero de 1983

Prólogo
Epílogo de una novela
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"...Me quedé perplejo: yo había contado el golpe del 23 de febrero como un fracaso total de la democracia, pero la mayoría de aquellos artículos, reportajes y entrevistas lo contaban como un triunfo total de la democracia. Y no solo ellos. Ese mismo día el Congreso de los Diputados aprobó una declaración institucional en la que podía leerse lo siguiente: «La carencia de cualquier atisbo de respaldo social, la actitud ejemplar de la ciudadanía, el comportamiento responsable de los partidos políticos y de los sindicatos, así como el de los medios de comunicación y particularmente el de las instituciones democráticas […], bastaron para frustrar el golpe de Estado». Es difícil acumular más falsedades en menos palabras, o eso pensé cuando leí ese párrafo: yo tenía la impresión de que ni el golpe carecía de respaldo social, ni la actitud de la ciudadanía fue ejemplar, ni el comportamiento de los partidos políticos y sindicatos fue responsable, ni, con escasísimas salvedades, los medios de comunicación y las instituciones democráticas hicieron nada por frustrar el golpe. Pero no fue la aparatosa discrepancia entre mi recuerdo personal del 23 de febrero y el recuerdo al parecer colectivo lo que más me llamó la atención y me produjo el pálpito presuntuoso de que la realidad me estaba reclamando una novela, sino algo mucho menos chocante, o más elemental –aunque probablemente vinculado con aquella discrepancia-. Fue una imagen obligada en todos los reportajes televisivos sobre el golpe: la imagen de Adolfo Suárez petrificado en su escaño mientras, segundos después de la entrada del teniente coronel Tejero en el hemiciclo del Congreso, las balas de los guardias civiles zumbaban a su alrededor y todos los demás diputados presentes allí –todos menos dos: el general Gutiérrez Mellado y Santiago Carrillo- se tumban en el suelo para protegerse del tiroteo.” Páginas 17 y 18

Cuarta parte: Todos los golpes del golpe
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“Eran tres traidores; quiero decir: para tantos a quienes debían lealtad por familia, por clase social, por creencias, por ideas, por vocación, por historia, por intereses, por simple gratitud, Adolfo Suárez, Gutiérrez Mellado y Santiago Carrillo eran tres traidores. No solo lo eran para ellos; lo fueron para muchos más, en cierto sentido lo son objetivamente: Santiago Carrillo traicionó los ideales del comunismo minando su ideología revolucionaria y colocándolo en el umbral del socialismo democrático, y traicionó cuarenta años de lucha antifranquista declinando hacer justicia con los responsables y cómplices de la injusticia franquista y obligando a su partido a realizar las concesiones reales, simbólicas y sentimentales que impusieron su pragmatismo y su pacto de por vida con Adolfo Suárez; Gutiérrez Mellado traicionó a Franco, traicionó al ejército de Franco, traicionó al ejército de la Victoria y a su utopía radiante de orden, fraternidad y armonía regulada por los toques de ordenanza bajo el imperio radiante de Dios; Suárez fue el peor, el traidor total, porque su traición hizo posible la traición de los demás: traicionó al partido único fascista en el que había crecido y al que debía cuanto era, traicionó a los jerarcas y magnates franquistas que confiaron plenamente en él para prolongar el franquismo y traicionó a los militares con sus veladas promesas de frenar la Antiespaña. A su modo, Armada, Milans y Tejero pudieron imaginarse a sí mismos como héroes clásicos, campeones de un ideal de triunfo y conquista, paladines de la lealtad a unos principios nítidos e inamovibles que aspiraban a alcanzar la plenitud imponiendo sus posiciones; Suárez Gutiérrez Mellado y Carillo renunciaron a hacerlo a partir del momento en que empezaron su tarea de retirada y demolición y desmontaje y buscaron su plenitud abandonando sus posiciones, socavándose a sí mismos sin saberlo. Los tres cometieron errores políticos y personales a lo largo de su vida, pero esa valerosa renuncia los define. En el fondo Milans tenía razón (como la tenían los ultraderechistas y los ultraizquierdistas de la época: en la España de los años setenta la palabra reconciliación era un eufemismo de la palabra traición, porque no había reconciliación sin traición o por lo menos sin que algunos traicionasen. Suárez, Gutiérrez Mellado y Carrillo lo hicieron más que nadie, y por eso muchas veces se oyeron llamar traidores. En cierto modo lo fueron: traicionaron su lealtad a un error para construir su lealtad a un acierto; traicionaron a los suyos para no traicionarse a sí mismos; traicionaron el pasado para no traicionar el presente. A veces solo se puede ser leal al presente traicionando el pasado. A veces la traición es más difícil que la lealtad. A veces la lealtad es una forma de coraje, pero otras veces es una forma de cobardía. A veces la lealtad es una forma de de traición y la traición una forma de lealtad. Quizá no sabemos con exactitud lo que es la lealtad ni lo que es la traición. Tenemos una ética de la lealtad, pero no tenemos una ética de la traición. Necesitamos una ética de la traición. El héroe de la retirada es un héroe de la traición.” Páginas 273 y 274

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