"Por eso, remontar las huellas del deseo físico no solía
ser para la Esposa joven la mejor manera de encontrar el camino que
llevaba al escondite de su amor. De cuando en cuando prefería repescar
en la memoria la belleza de ciertas frases, o ciertos gestos; belleza
en la que el Hijo era un maestro. La encontraba intacta, entonces, en
el recuerdo. Y por un momento eso parecía restituirle el encanto del Hijo y
llevarla de regreso al punto exacto al que se encaminaba su viaje. Pero
era, más que nada, una ilusión. Se encontraba contemplando objetos
maravillosos que, sin embargo, yacían en los relicarios de la lejanía,
imposibles para el tacto, inaccesibles para el corazón. Así el placer de
la admiración se mezclaba con el sentido desgarrador de una pérdida
definitiva y el Hijo se alejaba todavía más, casi inaccesible, a esas
alturas. Para no perderlo de verdad, la Esposa joven tuvo que aprender que en realidad ninguna cualidad del Hijo -o detalle, o sorpresa- le
resultaba ya suficiente para colmar el abismo de la distancia, porque
ningún hombre, por muy amado que sea, basta por sí solo para derrotar el
poder destructor de la ausencia. Lo que la Esposa joven entendió fue que
sólo pensando en ellos dos, juntos, era capaz de hundirse en su interior,
hasta donde residía intacta la permanencia de su amor. Lograba entonces
regresar a ciertos estados de ánimo, a ciertos formas de percibirse,
que aún recordaba a la perfección. Pensaba en ellos dos, juntos, y podía sentir de nuevo algo de calor, o el tono de ciertos matices, incluso la
calidad de cierto silencio. Una luz especial. Entonces le era dado
encontrar otra vez lo que buscaba, en esa firme sensación de que existía
un lugar donde el mundo no era admitido, y que coincidía con el
perímetro dibujado por sus dos cuerpos, suscitado por su estar juntos y
cuya anomalía lo convertía en inabordable. Si era capaz de acceder a esa
sensación, todo volvía a ser inofensivo. Puesto que el desastre de toda
vida alrededor, e incluso de la suya, ya no amenaza contra su
felicidad, sino, en todo caso, el contrapunto que hacía aún más
necesaria e inexpugnable la guarida que el Hijo y ella habían creado
al amarse. Eran la demostración de un teorema que refutaba el mundo, y
cuando lograba volver a esa convicción, todo miedo le abandonaba y una
nueva seguridad, dulce, se apoderaba de ella. No había nada más delicioso en
el mundo.
Echada en la alfombra, ovillada bajo esa sábana polvorienta, ése fue el viaje que hizo la Esposa joven, salvándose la vida..."
Alessandro Baricco, La Esposa joven (Anagrama, 2016)
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