2 de enero de 2017

Fernando Aramburu - Patria

Miren

"Miren no le dio tiempo de llevar el paraguas a la bañera. Se lo soltó de sopetón:
—Ha muerto el Txato.
Hacía mucho que no se pronunciaba el mote del amigo de otros tiempos en aquella casa.
—No jodas.
Joxian permaneció un momento inmóvil. Como un poste. Ni pestañeaba. Y sin volver la mirada hacia su mujer, preguntó cómo había ocurrido.

—Pues como ocurren estas cosas. De sorpresa no le ha podido pillar. Ya se lo venían anunciando con pintadas.
—¿Ha sido el que han matado por la tarde? No jodas.
—Pues jodo. Se acabó el Txato. Es lo que tiene la guerra, que deja muertos.
Cagüen la puta, cagüendiós. No paraba de proferir palabrotas con cabeceos disgustados, negadores. Trató de cenar. No pudo. Le temblaba tanto la mano que era incapaz de sujetar la cuchara y esto a Miren la molestó.

—Oye, ¿no te irás a poner triste?
Cagüen la puta, etcétera. Y también:
—Un vasco, uno del pueblo como tú y como yo. Hostia, si dirías un policía, pero ¡el Txato! Yo no lo tengo por mala persona.

—No se trata de buenas o malas personas. Está en juego la vida de un pueblo. ¿Somos abertzales o qué somos? Y no se te olvide que tienes un hijo en la lucha.

Se levantó de la mesa, airada. Fregó los cacharros de la cena en silencio y Joxian no se movió de su sitio, tampoco cuando al cabo de un rato ella vino a la cocina a decirle que estaban hablando en la televisión de lo que había pasado. Que si quería mirar y él respondió que no con la cabeza.


—Pues yo me voy a la cama.

Joxian no se movió de la cocina. Se sirvió un vaso de vino del garrafón que guardaba debajo del fregadero y luego otro y otro. Bebiendo y fumando le dieron las doce, la una, las dos. Cuando se le acabó el vino, se acostó. Miren, con la luz apagada, la voz firme, le dijo que: 

—Si lloras por ese, me voy a dormir a otro cuarto.
—Yo lloro por quien me sale de los cojones..."
 

* * * * *
Joxian

"Pues a Joxian le parecía que siempre llueve cuando hay una celebración de ese tipo. La iglesia, abarrotada, con gente de pie porque no había bancos para todos. Muchas caras de fuera y políticos. Don Serapio dijo durante la homilía, con visibles dificultades para contener la emoción, aquello de «la muerte trágica de nuestro querido Jokin que esperamos algún día se aclare». Y luego, una larga fila de paraguas subió al cementerio. Se cantó el Eusko Gudariak ante la tumba, se lanzaron goras a ETA y promesas de venganza, y al final desfilaron todos hacia la salida y atrás quedaron las coronas de flores y el silencio de las cruces bajo la lluvia.

Josetxo mantuvo la carnicería cerrada durante varios días. Nunca superó la pérdida de su hijo. De ahí a unos meses le diagnosticaron un cáncer. Duró un año.

Joxian:

—Para mí que la muerte de Jokin le produjo la enfermedad. Un hombre tan fuerte, tan sano. Si no, no me lo explico. 

Una semana después del funeral, empujado por Miren, fue a verlo por vez primera a la carnicería. Abrazo, lágrimas, sollozos. Qué corpachón tenía Josetxo. Y cuando el carnicero se serenó, hablaron sentados uno enfrente del otro, en la trastienda, y Joxian preguntó sin rodeos qué hostias había pasado.

—Todos mienten. Miente la policía, miente la izquierda abertzale. Todo el mundo miente, Joxian, te lo aseguro. A nadie le sirve la verdad.

Estaba destrozado. Y Juani, su mujer, igual, aunque se consolaba rezando. Lo que Josetxo le contó aquella tarde en la carnicería se lo habría de confirmar Joxe Mari a Joxian algunos años después, en un vis a vis en la cárcel de Picassent. Pues nada, que la policía francesa capturó a Potros en una casa de Anglet, escondido debajo de la cama. Le pillaron una maleta y en la maleta había más de quince kilos de documentos, entre ellos una lista con cientos de nombres y datos de militantes en activo. ¡Menudo jefecillo de los cojones! Mierda, han cogido a Santi. Lo contaron, filtración de filtraciones, en los informativos de la cadena SER a las pocas horas. Y, claro, hubo desbandada general y caídas a manta. A Jokin le entró la paranoia..."

* * * * *
Arantxa y Gorka

—Anda, no me jodas. ¿Tanto libro para aprobar matemáticas e inglés de churro?

Arantxa fue quien transmitió a su hermano pequeño la afición por la lectura. ¿Y eso? Es que de vez en cuando, por el cumpleaños, por el santo, por navidades o porque sí, le regalaba tebeos; pasados los años, algún que otro libro. Cosa, por cierto, que también hizo con Joxe Mari, pero sin resultado. Aquí, al decir de Arantxa, vendría a cuento la parábola famosa de la semilla y la tierra árida y la fértil. Joxe Mari era un yermo intelectual. En Gorka, tierra propicia, germinó la pasión por la lectura.

Hay más. Arantxa, siendo Gorka pequeño y ella apenas una niña de nueve o diez años, gustaba de leer en voz alta a su hermano, los dos sentados en el suelo, o él en la cama y ella a su lado, cuentos tradicionales; también historias de la Biblia en un libro con ilustraciones adaptado al entendimiento infantil.

Por los días en que el niño se recuperaba del atropello de la furgoneta, Arantxa tomó la costumbre de ir a la biblioteca municipal en busca de lectura para él. Gorka ya leía entonces por su
cuenta, bisbiseando las palabras, y empezaba a tener gustos definidos: Julio Verne, Salgari, pronto las novelas bélicas de Sven Hassel, así como otras de espías y detectives, todas ellas en ediciones económicas de bolsillo.

Más adelante, sin contárselo a sus padres, ¿para qué?, Arantxa le fue prestando sus propios libros, una treintena que guardaba en una caja de cartón, encima del ropero. Novelas de amor sobre todo, además de un Guerra y paz en versión resumida, Fortunata y Jacinta y seis o siete de Álvaro de Laiglesia que a Gorka no le hicieron tanta gracia como a ella, pero así y todo las leyó con agrado.

Y cuando sus padres empezaron a afearle que se quedara en casa leyendo en vez de ir a la calle a divertirse con los amigos, Arantxa le dijo a solas, con voz de misterio, que no hiciera caso.

—Tú lee todo lo que puedas. Reúne cultura. Cuanta más, mejor. Para que no te caigas al agujero en el que están cayendo muchos en este país.


* * * * *
Nerea y Eneko
Nerea se acostumbró a su compañía, al toque levemente paterno-protector de ese hombre, mayor que Xabier, que le transmitía tranquilidad y, cosa al alcance de pocos, sabía moverla a risa. Eneko, un hombre sofá: blando, mullido, idóneo para el reposo. En días de lluvia, la tapaba con su paraguas mientras él se iba mojando. Este tipo de detalles, para Nerea, tienen un gran valor. Y estaba ella, pasados unos meses, a vueltas con el pensamiento de proponerle algo más que salir juntos porque el hombre le caía francamente bien. Pregunta de sus amigas: si había amor. Por supuesto, pero también amistad, que no es lo mismo. Nerea decía que la amistad es la que sostiene la relación de pareja cuando el amor se destensa y pierde llama. 

Los separaba, no obstante, una grieta negra, sin fondo. La grieta se abría entre los dos, los acompañó a todas horas durante los cerca de diez meses que convivieron estrechamente y no la veían, y de hecho Eneko nunca la vio. De modo que, si aún vive, ¿qué habrá sido de él?, quizá siga preguntándose qué pudo fallar. Y era que así como ella callaba lo de su padre, callaba él lo de un hermano que cumplía condena por delitos de terrorismo en la cárcel de Badajoz. El amor, la amistad, la risa, el hombre sofá, la rosa o el libro de obsequio, todo se lo tragó en cuestión de segundos aquella grieta profunda. 

Fue así. Atardecía un lunes lluvioso de enero, año 95. Nerea y Eneko acordaron dar su acostumbrada vuelta por la Parte Vieja, picar un par de pinchos, regarlos con vino y al fin retirarse a casa de él, a casa de ella o cada cual a la suya, que mañana, maitia, es día laborable. De bar en bar, compartiendo paraguas, enfilaron la calle 31 de Agosto. Y Nerea venía riéndose de ciertas chuscadas que contaba Eneko. A la altura del bar La Cepa se le cortó de golpe la risa. Sabía por las noticias de la radio que cinco o seis horas antes un pistolero de ETA había asesinado allí dentro al teniente de alcalde mientras comía con algunos compañeros de su partido. 

—¿No es aquí donde han matado a Gregorio Ordóñez?
 —Yo a ese no le lloro ni una lágrima. Por tipos como él está mi hermano en la cárcel. 

Pasaron de largo. Y Nerea se apartó un poco del paraguas y ya notaba las gotas de lluvia en un brazo y había empezado a ver la grieta. 

—¿Un hermano en la cárcel? 
—En Badajoz. ¿No te lo había dicho? Tiene para rato. 
 —¿Por qué lo han encerrado? 
—Pues ¿por qué va a ser? Por luchar por lo que ama. 

Llegaron a la altura de la iglesia de Santa María. Eneko reanudó sus bromas, pero de la boca de su novia ya no brotaba la risa. Nerea ni siquiera escuchaba. Y discretamente se soltó del brazo de él con la excusa de buscar algo dentro del bolso. ¿Qué hago? ¿Me echo a correr? Su facciones, pura rigidez, rictus impostado, fingían serenidad. En su interior se había desatado tal marea de nervios que no pudo impedir que se le escapara una cantidad no pequeña de orina. Se le hizo eterno el camino hasta el Bulevar. Él hablaba, jovial, dicharachero; ella callaba. En la parada del autobús se despidió después de dejarse besar en la mejilla con una mezcla de repugnancia y terror. Aunque había asientos libres junto a las ventanillas que daban a la acera donde él esperaba bajo el paraguas el acostumbrado gesto con la mano, Nerea se acomodó en uno de la otra parte. Por el trayecto a Amara se le ocurrió el modo de justificar la ruptura. Lo llamó por teléfono nada más llegar a casa. Que había otro hombre en su vida. Una mentira infalible en estos casos. La dijo y, sin esperar la reacción de él, colgó. Podía haberle dicho la verdad; pero entonces habría tenido que mencionar a su padre. Antes muerta.

 * * * * *
Txato

"—Mira, Xabier, los canallas que llaman para insultar y amenazar, y los que hacen las pintadas, me traen sin cuidado. A mí no me engañan. Son gentuza del pueblo. ¿Qué buscan? Pues tenerme acojonado en casa o que me vaya a vivir a otra parte. No me dan ningún miedo. La ama cree que intentan hacernos la vida imposible porque hemos salido de pobres. Nos han conocido en tiempos más difíciles, cuando éramos como ellos: unos desgraciados. Ahora ven que tenemos un hijo médico, una hija que estudia, me ven a mí con mis camiones, y eso no lo soportan y entonces, por un lado o por otro, intentan amargarme la existencia. Piensan que todo lo que tengo lo he robado. Pues haber trabajado como he trabajado yo, nos ha jodido.

—Si son malos, razón de más para que tomes precauciones.

—Bah, que vengan. Les invito a cenar, fíjate. Y como me toquen mucho los huevos, este año les dejo sin el donativo para las fiestas. Ya se van a enterar quién es el Txato. Soy más vasco que todos ellos juntos. Y lo saben. Hasta los cinco años yo no hablaba ni jota de castellano. A mi padre, que en paz descanse, una ráfaga de ametralladora le destrozó la pierna mientras defendía Euskadi en el frente de Elgueta. Todavía, de mayor, apretaba los dientes cada vez que le daba un calambrazo. ¿Qué, te duele?, le preguntábamos. Me cago en Franco y su puta madre, respondía. Y lo tuvieron tres años en la cárcel, que si no lo fusilaron fue de milagro.

—¿Qué me quieres decir con todo esto, aita? ¿Tú crees que a ETA le importa lo que le pasó a tu padre?

— Joder, ¿no dicen que defienden al pueblo vasco? Pues si yo no soy pueblo vasco, ya me dirás tú quién lo es..."

* * * * * 
Joxe Mari

"En lugar del cielo azul veía ahora por la ventana las manos de su madre y lo que en ellas había podido leer. A mí que no me vengan con viudas apenadas. Si quieren rebobinar su historia, que vayan a los archivos. Lo hecho, hecho está. ¿Que se acabó la lucha armada? Perfecto. Gora ETA por los siglos de los siglos y a mirar para delante. 

De pronto, contra su voluntad, empezó a llover con bastante fuerza. ¿Dónde? En el recuerdo. Se estaba hundiendo poco a poco. El duro, el primero en empezar las huelgas de hambre y el último en acabarlas, el que tomaba la palabra en las asambleas para despreciar a los presos que se tragaban el anzuelo de la reinserción. 

 Pero un hombre puede ser un barco. Un hombre puede ser un barco con el casco de acero. Luego pasan los años y se forman grietas. Por ellas entra el agua de la nostalgia, contaminada de soledad, y el agua de la conciencia de haberse equivocado y la de no poder poner remedio al error, y esa agua que corroe tanto, la del arrepentimiento que se siente y no se dice por miedo, por vergüenza, por no quedar mal con los compañeros. Y así el hombre, ya barco agrietado, se irá a pique en cualquier momento..."

* * * * *
Fernando Aramburu, Patria (Tusquets, 2016)

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