22 de marzo de 2017

Emmanuel Carrère - El adversario

«Pensar que hayan hecho falta todas esas mentiras, esos azares y ese drama terrible para que hoy pueda hacer todo el bien que hace a su alrededor... Es algo que siempre he creído , ya ve, y que veo en la vida de Jean-Claude: todo discurre bien y acaba por encontrar su sentido para quien ama a Dios»
*  
"El padre había recibido los disparos en la espalda, la madre en pleno pecho. Quizá los dos, ella con toda certeza, supieron que morían a manos de su hijo, de tal manera que en el mismo instante habían visto su propia muerte -que todos veremos, que ellos habían llegado a la edad de ver sin escandalizarse- y la destrucción de todo lo que había dado sentido, alegría y dignidad a su vida. El cura aseguraba que ahora veían a Dios. Para los creyentes, el instante de la muerte es aquel en que ven a Dios, no ya oscuramente, como en un espejo, sino cara a cara. Incluso los no creyentes creen algo parecido: que en el momento de pasar al otro lado los moribundos ven desfilar en un relámpago la película completa de su vida, por fin inteligible. Y esta visión que hubiese debido poseer para los ancianos Romand la plenitud de las cosas cumplidas, había sido el triunfo de la mentira y el mal. Deberían haber visto a Dios y en su lugar habían visto, adoptando los rasgos de su hijo bienamado, a aquel a quien la Biblia llama Satán, es decir, el adversario...

*
Es el recuerdo más nítido que conservo de mi primer viaje a los lugares en que transcurrió su vida. Sólo había otros dos coches, vacíos. Venteaba. Releí la carta que me había escrito para guiarme, miré el estanque, seguí en el cielo gris el vuelo de pájaros cuyos nombres yo no conocía: no sé distinguir los pájaros ni los árboles, y me parece triste. Hacía frío. Puse el motor en marcha para encender la calefacción. El soplo de aire me adormecía. Pensé en el estudio donde voy cada mañana, tras haber llevado a los niños a la escuela. Ese estudio existe, se me puede visitar y llamar por teléfono. Allí escribo y remiendo guiones que por lo general se filman. Pero yo sé lo que es pasar todas esas jornadas sin testigos: las horas acostado mirando al techo, el miedo de haber dejado de existir. Me pregunté lo que Jean-Claude sentiría en su coche. ¿Gozo? ¿Un júbilo sarcástico ante la idea de engañar tan magistralmente a su entorno? Yo estaba convencido de que no. ¿Angustia? ¿Se imaginaba cómo terminaría todo aquello, la forma en que estallaría la verdad y lo que ocurriría a continuación? ¿O bien no sentía nada en absoluto? ¿Se convertía, a solas, en una máquina de conducir, de caminar, de leer, sin pensar ni sentir realmente, un doctor Romand residual y anestesiado? Una mentira, normalmente, sirve para encubrir una verdad, algo vergonzoso, quizá, pero real. La suya no encubría nada. Bajo el falso doctor Romand no había un auténtico Jean-Claude Romand...
*
A partir de aquel día, dijo que se había «condenado a vivir», para dedicar sus sufrimientos a la memoria de sus familiares. Aun conservando, según los psiquiatras, una preocupación extrema por saber lo que pensaban de él, entró en un período de rezos y meditación, acompañada de largos ayunos preparatorios de la eucaristía. Había adelgazado veinticinco kilos y consideraba que había salido del laberinto de las falsas apariencias y que habitaba en un mundo doloroso pero «verdadero». «La verdad os hará libres», dijo Jesucristo. Y él: «No he sido nunca tan libre, la vida nunca ha sido tan hermosa. Soy un asesino, tengo la imagen más vil que pueda existir en la sociedad, pero es más fácil de soportar que los veinte años anteriores de mentiras.»..." 

Emmanuel Carrère, El adversario, Anagrama (2010)  

Edición de Anagrama, Colección Compactos

No hay comentarios: