"Pero no quiero que crean ustedes que Jane era un témpano o algo así sólo porque nunca nos besábamos y todo eso ni nos enrollábamos mucho. No lo era. Por ejemplo, siempre nos cogíamos de la mano. No parece gran cosa, lo sé, pero para cogerle la mano era estupenda. La mayoría de las chicas a las que les coges la mano dejan la mano muerta o creen que tienen que moverla todo el rato porque piensa que si no vas a aburrirte todo el rato o algo así. Con Jane era distinto. Íbamos al cine o algo así y enseguida nos cogíamos las manos y no nos soltábamos hasta que terminaba la película sin cambiar de posición ni darle una importancia tremenda. Con Jane ni siquiera tenías que preocuparte de si te sudaba la mano o no. Sólo te dabas cuenta de que eras feliz. Eras feliz de verdad.
Otra cosa que acabo de recordar. Un día, en el cine, Jane hizo una cosa que me gustó muchísimo. Estaban poniendo un noticiario o algo así y de pronto sentí una mano en la nuca y era Jane. Tiene gracia que lo hiciera. Quiero decir que era muy joven y eso y que la mayoría de las chicas que ponen la mano en la nuca de alguien tienen como veinticinco o treinta años, y generalmente lo hacen con su marido o con su hijo, yo lo hago de vez en cuando con mi hermana Phoebe, por ejemplo. Pero cuando lo hace una chica tan joven y todo eso como Jane, es tan bonito que casi te deja sin habla..."
El guardián entre el centeno, J. D. Salinger (Alianza, 2016)
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