"Noche de ronda, qué triste pasa, proseguía la canción
que yo oía de pequeño en la radio de la casa de mis padres
(aquella radio que estaba siempre encendida; era la
televisión de entonces), pero la única ronda que existe
ahora es la de mis propios sueños, pienso evocando los que
perdí en las diversas ciudades en que he vivido hasta ahora,
en los hoteles y apartamentos en los que recalé al pasar, en
las universidades a las que dediqué mi tiempo sin esperar
otra cosa a cambio que un sueldo al mes. Sólo la luna sabe
con cuánto esfuerzo he caminado hasta este momento,
cuánta energía he necesitado para poder seguir haciéndolo
algunas veces, cuánta pasión he puesto en esta novela que
es la vida de los hombres, en este caso de la mía. Como la
luna, he luchado contra todo: la soledad, el paso del
tiempo, los desengaños, el desamor..., y como ella, aquí
permanezco reemprendiendo cada día el camino de mi vida,
ese camino que empiezo cada mañana como si lo estrenara
siempre y que termino de madrugada cuando la melancolía
me duerme como al agua de la acequia de mi abuelo o a los
olivos y buganvillas de Ibiza cuando yo era joven. Aunque, a
veces, como esta noche, me sumerja en el recuerdo de
otras lunas y me mantenga despierto durante horas
escuchando el temblor del mundo en la oscuridad..."
Julio Llamazares, Las lágrimas de San Lorenzo (Alfaguara, Madrid 2013)
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